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Familia y escuela Capítulo 224: Punto de quiebre

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Julio 24, 2024 03:00 a.m.

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Es muy frecuente que la expresión: “Punto de quiebre” sea interpretada como algo negativo, nefasto, indeseable; como algo que no se desea que ocurra en cualquier situación de la vida, porque significaría llegar al extremo de no continuar, romperse y que, por lo tanto, el proceso de desarrollo “normal” se ha interrumpido.

En términos industriales y de producción en serie, significaría pérdidas de tiempo, interrupción del proceso de fabricación y, por lo tanto, afectando con mermas económicas; para los emprendedores y creadores de proyectos, se vería reflejado en la pausa o incluso caducidad y desaparición de lo que se había logrado construir.

Para el proceso y desarrollo físico de una persona, se estaría hablando de alguna anomalía que modificara el avance natural y normal de su crecimiento o bien, la aparición de una afectación en su organismo que provocara un desajuste o enfermedad en su funcionamiento adecuado.

Para algunas organizaciones, el punto de quiebre significaría el agotamiento de su proceso y modelo bajo el cual se funcionaba sin contratiempos, para pasar ahora a una etapa de reconstrucción parcial o total, incluso contemplando el final de su trayectoria.

Hablar de punto de quiebre para una familia, estaría implicando la crisis o terminación de su desarrollo, bien sea por su desintegración ante la falta de descendencia o separaciones bruscas entre sus miembros por sucesos y eventos inesperados o decisiones personales y contradictorias entre ellos.

Para la educación y sus instituciones escolares, en su sentido más tradicional, estaría proscrito el presentar y llegar a un punto de quiebre, dado que significaría la ruptura de sus procesos, la no eficacia de lo programado en tiempos, contenidos y acciones educativas; esta forma de ver al fenómeno educativo se fundamenta en la ciencia exacta como parámetro de normalidad, esperando que cuando se enseña y se vierte sobre los alumnos los planes y programas de estudio, se tenga a la vez, el mismo producto y resultado en cada estudiante.

No obstante, para el desarrollo humano y la educación integral, en donde se tiene en consideración las características de la persona, además del entorno en donde convive y el tiempo en que coexiste, el punto de quiebre tiene que ser comprendido de forma diferente, al menos no totalmente como algo negativo y catastrófico.

Partiendo desde el simple hecho de que, si la continuidad que se experimenta durante la convivencia cotidiana se presentaría siempre igual, sin cambios ni alteraciones, es decir “lineal y plana”, sería, además de aburrida, algo propio de seres inanimados e insensibles, casi como máquinas las cuales pueden ser programadas para actuar invariablemente de la misma forma en cualquier lugar y tiempo.

Si la educación está en la lógica anterior, estaría apostando a educar y formar personas dispuestas a no estar preparadas para los puntos de quiebre que inevitablemente se presentarán durante la vida y existencia social.

Desde familias, escuelas, medios de comunicación y en general todos los grupos de interacción social, hemos seguido educando como si el mundo que afrontarán nuestros hijos y alumnos fuera una continuidad permanente y asegurando que todo seguirá funcionando bajo los parámetros, lógicas, algoritmos y fórmulas mágicas que arrojarán por siempre los mismos resultados y todo ello, sin puntos de quiebre.

Ya lo anticipaba Edgar Morin: “…debemos aprender, porque debemos saber que en la historia sucede lo inesperado y volverá a ocurrir. Creíamos que vivíamos en falsas certezas, con estadísticas, con predicciones, con la idea de que todo era estable cuando ya todo empezaba a estar en crisis, y no nos dábamos cuenta… Hay que aprender a vivir en la incertidumbre; es decir, tener el coraje de afrontar, estar preparados para resistir las fuerzas negativas que puedan llegar. Ésta es la cuestión del cambio de mentalidad.”

Educar no desde, sino para la incertidumbre, parece ser el reto educativo que le da cabida a la existencia segura de los puntos de quiebre que, como parte de la naturaleza humana invariablemente va a enfrentar cada persona, familia o grupo; en cada situación, circunstancia y tiempo que nos toque vivir.

En este sentido, los puntos de quiebre se convierten, además, en la oportunidad, el momento o experiencia de resiliencia e innovación que cambia todo el panorama; la nueva ruta, incluso en giro de 180 grados, lo que ofrece solución y sentido de vida si se le sabe aprovechar.

El aceptar y fomentar como parte de nuestra educación integral la existencia y afrontamiento de todo punto de quiebre, denota un momento clave en la sucesión de acontecimientos; si hablamos de educación para la vida, sería cuando a cada persona le haya llegado una lección que le cambió para siempre toda su perspectiva. 

Este es entonces, el objetivo final de toda educación integral: propiciar una gran lección en familias, escuelas y medios de comunicación, de manera tal que, al recibirla, sea el punto de quiebre que cambie, mejore o ratifique el sentido de vida de las personas.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx