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Familia y escuela Capítulo 76: Fórmulas y recetas mágicas

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Septiembre 08, 2021 03:00 a.m.

Educar integralmente, educar para la vida, desde luego que no puede ceñirse a un modelo único y preestablecido que ofrezca la seguridad del éxito, cual si fuera una operación matemática que, al desarrollarse, otorgue siempre y en todo momento el mismo resultado.

Por supuesto que la educación recibida en la familia, la escuela, los medios de comunicación y la sociedad en general, aporta elementos que son de extrema importancia e insoslayables; sin embargo, no se puede confiar que de esta receta se obtenga siempre el mismo producto.

Tal parece que existe la noción generalizada que las lecciones y los conocimientos que se van recibiendo día con día en la familia, en los medios de comunicación y redes sociales, en los salones de clase y otros medios, se van acumulando y que la suma de éstos, van a arrojar como producto un paquete de saberes formales que “aseguran” que eres una persona instruida y preparada para desarrollar una función social.

En las familias, se presupone que el tener a tus dos padres, un ambiente agradable, de afecto, en situación estable de vivienda y condiciones económicas, propicia el desarrollo armónico y con seguras posibilidades de formar adecuadamente y con éxito a los hijos.

Esta visión educativa familiar, equivale a pensarla como si fuera una receta con la suma de ingredientes, en la que dos más dos es igual a cuatro y que nunca va a existir siquiera la mínima posibilidad de que ese resultado cambie.

Como resulta evidente, no basta con pensar así a la educación familiar; se rompe la regla en incontables ocasiones, en donde las familias aún sin poseer todas las ventajas y condiciones favorables para su desarrollo, logran productos notables con sus hijos; y familias con todo a favor, que no se explican el por qué se les han “han desviado del camino”.

Para el caso de la educación formal, en las escuelas de todos los niveles educativos, los maestros y autoridades están tan concentrados en “vaciar” el programa de estudios en las mentes de los alumnos, como si la misión y única función de ellos fuera el llenarlos y “atiborrarlos” de conocimientos y contenidos.

Pensar y actuar así, equivale a plantear la función escolar como una multiplicación en la que, dos por dos es igual a cuatro, como una fórmula científicamente comprobada en la que los resultados serán siempre positivos.

Por desgracia, esta visión escolarizada es una tendencia más frecuente de lo que pudiéramos esperar; el planear metodológicamente día con día, semana tras semana los contenidos que se van a “enseñar”, multiplicándolo por el número de alumnos que deberán aprobar, para obtener el resultado perfecto o lo más cercano a él.

Esta fórmula educativa en donde se reproduce el conocimiento por parte de muchos profesores, cuenta con diversos cómplices para su efecto; las diferentes autoridades escolares se encuentran, como una de sus múltiples funciones, comprobando que esta operación se cumpla puntualmente, incluso introduciendo en las aulas observadores, apoyos técnicos y hasta cámaras de videovigilancia, asegurando que lo planeado se lleve rigurosamente a efecto: “…quince para las doce, estaba planeado que pasaras al tema o ejercicio siguiente …te pondré una anotación por no cumplirlo”.

Otros elementos que se encargan de supervisar que la fórmula funcione, sin duda son los diferentes exámenes grupales, de zona, nacionales y hasta internacionales, que les son aplicados para verificar la efectividad de los docentes y la cantidad de datos que en un tiempo determinado los alumnos lograron retener; por cierto, conocimientos que al cabo de algunas semanas, ni los recordarán, además de que las investigaciones de seguimiento del trayecto escolar (INEGI, 2020), demuestran que a pesar de aprobar el bachillerato, solo una tercera parte de ellos continuaron con sus estudios superiores.

No estoy afirmando que no sea importante el cumplimiento, puntual o no, de un programa de estudios; lo que afirmo, es que resulta incompleto e insuficiente, dado que no se puede asegurar que si alguien obtiene durante todo su trayecto formativo solo dieces de calificación y que, demuestra con ello, la excelente captación de todos los contenidos revisados escolarmente, tenga éxito en su desarrollo social.

La educación integral, la educación para la vida, no depende de fórmulas o recetas que “mágicamente”, al acumular todos los conocimientos y saberes habidos y por haber, doten con ello a las personas de un desarrollo óptimo seguro.

Debemos estar conscientes que nuestros hijos y alumnos, no solo necesitan el “montón” de saberes, sino que necesariamente conozcan y practiquen diferentes herramientas y habilidades, que les permitan sortear los retos que, sin duda, les presentarán las distintas realidades a las que se enfrentarán.

¿En verdad queremos hacer de la educación una fórmula y receta con mayor y mejor efectividad?

Comencemos entonces por entender que integralmente resulta invaluable la práctica del autoaprendizaje o aprendizaje autónomo, la actitud crítica, la resiliencia, la creatividad e innovación, la adaptación al tiempo, espacio y circunstancia y muchas formas más de completar la educación formal.

Nada más adecuado en este momento, que recordar el proverbio chino: “Dale un pez a un hombre, y comerá hoy. Dale una caña y enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”

Comentarios: gibarra@uaslp.mx