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“Hay una vez, un tiempo violeta o azul”

Por Martha Ocaña

Marzo 19, 2025 03:00 a.m.

A

Llegó nuevamente el tiempo azul violáceo

El de las frondas y pavimentos lilas: es tiempo de las jacarandas.

Esos árboles tan típicos en las viejas ciudades y pueblos mexicanos que al menos a mi me han visto nacer y quizá morir.

Sus flores definitivamente transforman senderos o caminos con sus intrincadas ramas que producen una de las coronas florales más vistosas a lo largo de este territorio a partir del mes de marzo cuando empiezan a tornarse de color las puntas de sus tallos, entre los vientos desfasados de un febrero cuesta arriba y el sol imponente que anuncia la futura llegada de mares de sequías.

Poco camino ya por las calles llenas de jacarandas y los trayectos en auto entre las prisas y las marañas de tráfico, poco nos permiten advertir que estamos en una de las épocas más bellas de año: el momento de la floración, tan natural y con tanto significado para la vida en nuestro planeta.

Las jacarandas traen de vuelta la infancia de los que nacimos el siglo pasado, cuando la entrada a la casa paterna te recibía metros antes de cruzar la puerta. Sonaban al sentir el paso de los pasos escolares o las llantas de los vehículos que no excedían la velocidad porque así era el modo de la época.

Ayer me sorprendieron y me remontaron a un futuro en el que pervivan y cubran con su azul indescriptible el paso de la gente y de los tiempos que se abrirán paso y encontrarán un nuevo lenguaje para reconocerlas y respetarlas. Y aunque la literatura botánica las nombra por ahí como invasoras, yo las veo como brazos y largas manos protectoras para que el asfalto o los caminos sean más amigables y transitables, aunque la gente poco aprecie el aire libre, las avenidas y las calles de este y otros tiempos.

Bajo sus ramas hay un microcosmos en donde el clima emocional se modifica e invita a volverse más azul o más lila, menos naranja o menos rabia. Hay menos tensión a su cobijo en donde una serena y cálida luz por la tarde noche, invita al romance más que a la tragedia. Son fuente de inspiración para autores sensibles a su flor y su color como en el “silencio de las jacarandas” de Inmaculada Lergo que, según reseñas se desliza entre “el ensayo, el diario y epistolario con una acertada reivindicación de la carta tradicional a la antigua usanza, en los tiempos de los pragmáticos mails” 

Imagino  en la lectura de este título el espacio reconfortante tal como sentarse con un menú slow food, en donde está de por medio solo el disfrute del momento gozoso, del bocado en la boca, de la lectura en los ojos y el corazón o el azul violáceo de las jacarandas en el alma de cada persona que se toma un segundo extra para admirar la belleza gratuita que nos ofrece al paso.