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Historia mínima del vino en San Luis Potosí

Por Alfredo Oria

Marzo 08, 2024 03:00 a.m.

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Desde los tiempos de Hernán Cortés, incluso antes, el vino tuvo presencia en nuestro país, pero ¿cómo nació la tradición vitivinícola en el territorio que hoy ocupa el Estado de San Luis Potosí? Aquí un brevísimo panorama.

Parece ser que hacia la segunda mitad del siglo XVI se introdujo la vid en estas latitudes; poco después del impulso que dio el Emperador Carlos I, al pedir que cada barco con destino a Veracruz trajera vides y olivos, y poco antes de que Felipe II, rey de España, decretase la prohibición que pretendía proteger a los viticultores peninsulares, que implicó la destrucción de muchas plantaciones y que orilló a los productores americanos a la clandestinidad. Esta última situación parece que es una de las constantes en la historia del viñedo en San Luis, y también parte de la explicación para las limitaciones en cuanto a las fuentes históricas sobre el tema.

Por otro lado, el desarrollo económico que trajeron las minas, como la del Cerro San Pedro, generó un dinamismo que abría un mercado interno, tanto para proveer a los mineros y los centros urbanos en desarrrollo, como a Iglesia, de vino para consagrar. Estas necesidades mantuvieron vivo al viñedo potosino durante los siglos XVII y XVIII, generalmente dentro de la ilegalidad, como se puede constatar con algunas referencias de documentos de la Alcaldía Mayor que indica que en aquellos tiempos había un mayor consumo que lo que las importaciones podían cubrir.

Estas viñas debieron de gozar de un momento de esplendor, aprovechando la impartición de justicia discrecional, hacia la última década del siglo XVII, pues se tiene noticia que para entonces la región era la segunda productora más reconocida en el país, sólo después de Parras. 

Más allá de los emprendimientos con objetivos comerciales, parece que siempre existió, desde la Colonia hasta nuestros días, viñedo y producción de vino para el autoconsumo de ciertas familias asentadas en la región, como los Palau, Ipiña, Sierra y Arias, especialmente en las tierras de haciendas enclavadas en el extremo surponiente del Estado, alrededor de Santa María del Río, de La Labor del Río, de Bledos, Pozos y el Valle del Tangamanga. Muy famoso el vino dulce de La Labor en esa época.

Esto se extendió hasta tiempos decimonónicos, cuando se empezó a recibir a enólogos europeos y norteamericanos, que trajeron técnicas modernas de plantación y vinificación. En la primera mitad del siglo XX se encontraba aquí el enólogo italiano Vito Marino, al servicio de José Encarnación Ipiña, que estuvo muy interesado en encontrar las mejores cepas para nuestros suelos y nuestro clima.

Hacia 1945 se plantó en Soledad de Graciano Sánchez el viñedo de la familia Abella, quienes siguen haciendo vino en este paraje, Viña Cordelia; esto sentó las bases para que ya en nuestro siglo aparecieran las Vinícolas Pozo de Luna y Cava Quintanilla, que han impulsado el reconocimiento del viñedo potosino dentro y fuera de México con su apuesta por la calidad. Este año tendremos un nuevo hito: la celebración del Concurso Mundial de Bruselas, Capítulo México, en San Luis.

A partir de estas nociones, creo que podemos rescatar, caro lector, dos ideas para guardar: una, que sumamos al menos cuatro siglos de vitivinicultura en nuestra tierra y, dos, que el viñedo potosino ha estado desde siempre más enfocado en la calidad que en la cantidad. Ojalá podamos seguir honrando esta herencia.

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