Indignación: La brújula moral ciudadana (2 / 2)
“El mundo no está amenazado por
las malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad.”
Albert Einstein
En la columna anterior decíamos que México enfrenta una crisis moral donde la indignación social emerge solo ante horrores extremos (campos de exterminio, desapariciones masivas, feminicidios y masacres de migrantes). Esta reacción, aunque valiosa como señal de empatía colectiva y potencial catalizador de cambio, resulta insuficiente por su naturaleza esporádica y selectiva.
Bajo esta perspectiva, pareciera que la solución a problemas estructurales complejos radica exclusivamente en la voluntad política inmediata. Este voluntarismo simplista crea expectativas irreales. Nos hace creer que un decreto, un gesto, un acto de autoridad restaurará milagrosamente lo que décadas de corrupción, desigualdad y violencia han destruido. Como si expulsar a los “malos políticos” fuera toda la solución. Como si una marcha multitudinaria pudiera, por sí sola, reconstruir instituciones desmanteladas sistemáticamente.
Los políticos, “sensibles” a estas demandas, responden con gestos simbólicos que aplacan momentáneamente el clamor público pero que raramente atacan las causas estructurales del problema. La indignación demanda resultados inmediatos, pero la reconstrucción del tejido social requiere tiempo, recursos, planificación y un compromiso sostenido que trascienda los ciclos mediáticos y electorales.
Cuando la atención pública inevitablemente se desplaza hacia otra crisis coyuntural, ¿quién mantiene viva la lucha por la justicia? ¿Quién persiste cuando las cámaras se han ido?
Otro efecto perverso de la indignación mal canalizada es que puede degenerar en culpa colectiva. Reconocemos que el Estado mexicano ha fallado en su función esencial: proteger a sus ciudadanos. Pero la culpa, a diferencia de la responsabilidad, no es un camino hacia la justicia.
A pesar de estos riesgos, México necesita urgentemente una red organizada de ciudadanos indignados. No para alimentar un victimismo paralizante ni para canalizar una rabia ciega, sino para construir una ciudadanía vigilante que mantenga viva la exigencia de un Estado que cumpla sus obligaciones fundamentales.
La indignación que necesitamos no es aquella que busca culpables inmediatos para luego olvidar, sino la que reconoce la complejidad de nuestros problemas y persiste en la búsqueda de soluciones estructurales. No es la que idealiza a las víctimas ni demoniza a grupos enteros, sino la que reconoce nuestra humanidad compartida y nuestra responsabilidad colectiva.
Esta red de indignados debe trabajar en múltiples frentes: presionando por reformas institucionales, fortaleciendo el Estado de derecho, construyendo organizaciones civiles robustas, educando en derechos humanos, y manteniendo viva la memoria histórica para que las tragedias no se repitan.
El objetivo final de nuestra indignación debe ser la construcción de una sociedad donde la dignidad humana sea respetada universalmente. Donde el anhelo del buen vivir no sea un privilegio sino un derecho garantizado para todos los mexicanos.
La indignación debe ser nuestra brújula moral, no nuestro destino. Debe impulsarnos a actuar, no a paralizarnos en la rabia o la impotencia. Debe unirnos como sociedad, no fragmentarnos en grupos enfrentados.
Salir de la indolencia significa reconocer que lo que ocurre en nuestro país, en nuestras comunidades, en nuestro vecindario, nos concierne a todos. Que no podemos seguir considerando el sufrimiento ajeno como algo distante e irrelevante para nuestras vidas.
La verdadera indignación, aquella constructiva y transformadora, es un acto de amor político. Es reconocer que nos importa el destino compartido, que nos duele la injusticia aunque no nos afecte directamente, que estamos dispuestos a incomodarnos, a sacrificar privilegios, a exigir y construir un México más justo.
Como sociedad, necesitamos mantener viva esta indignación, no como un estallido momentáneo sino como una fuerza sostenida que alimente nuestra participación ciudadana. Solo así podremos transformar el dolor en acción, la rabia en propuestas, y la indignación en un México donde todos podamos vivir con dignidad.
Delírium Trémens.- Enviamos un abrazo fraterno a todos los activistas climáticos de Greenpeace. Nuestra más sincera solidaridad ante el duro revés impuesto por un tribunal de Dakota del Norte. Hacemos nuestras las palabras de Kristin Casper cuando afirma: “Greenpeace seguirá haciendo campaña por un futuro verde y en paz. No retrocederemos, no nos silenciarán». Este espíritu de resistencia y compromiso con el planeta representa la esencia misma de Cambio de Ruta.
Es preocupante observar cómo este fallo judicial podría ser celebrado por aquellos cuyas políticas se oponen a la protección ambiental, incluyendo la actual administración federal de Claudia Sheinbaum y la local de Ricardo Gallardo. La defensa del medio ambiente no debería ser vista como una postura política, sino como un compromiso colectivo con nuestro futuro común.
@luisglozano