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La botella que tengo en mis manos

Por Alfredo Oria

Diciembre 04, 2022 03:00 a.m.

A

Es otoño de 1928. La Rioja, España. El clima desde el inicio de la primavera ha sido milagrosamente perfecto para la maduración de los racimos. No se ha visto nada parecido desde 1898 y no se verá nada igual hasta 1948. Las uvas que luego de 20 años de crianza en barrica se convertirán en el Federico Paternina Gran Reserva 1928  están listas para ser cosechadas. 

Esa mañana, la familia Oria se reúne en torno al periódico, cuya tinta cuenta que, luego de la primera exitosa conexión telefónica entre París y Nueva York, ahora será posible llamar por operadora de Madrid a Lisboa. No hay televisión, la radio apenas se estrenó hace cuatro años. Mi tío abuelo, de 9, juega sobre el piso de la cocina --en donde no hay refrigerador-- con un cochecito que le envió su hermano, mi abuelo, entonces de 18, desde México; el mismo que dentro de 10 años, en 1938, volverá a su país para salvarle la vida durante la Guerra Civil Española, año en el que nuestra botella se encuentra en lo profundo de los calados de Paternina, a la mitad de su crianza en barrica.

Su madre regresa del mercado con huevos y chorizos para preparar el almuerzo, aún no tiene derecho al voto. El padre del pequeño tío Gerardo, es decir, mi bisabuelo, pasa una a una las ruidosas planas del diario, comenta que en México habrá un nuevo presidente pronto, luego del reciente asesinato de Álvaro Obregón. Otras columnas hablan de Stalin, de Mussolini, de un joven llamado Hitler cuyo partido ha sido legalizado, de la Ley Seca norteamericana, que ha escandalizado a los productores de vino en Europa y ha hecho surgir a figuras antagónicas como Al Capone y Elliot Ness, mientras se estrena la primera versión de Mickey Mouse.

España se sacude ante las obras de jóvenes artistas como Picasso, Dalí, García Lorca; se guarda luto por Kafka e irrumpe James Joyce; Einstein, Freud y Chaplin asombran al mundo. Ernest Hemingway, quien beberá de una botella (que se encontraba hombro con hombro con la que estoy viendo en este momento) cuando visite la bodega Paternina 30 años después, escribe Adiós a las armas. La humanidad no ha visto la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, el rock, los Mundiales de futbol.

Todas estas personas de mi familia y de la historia han muerto. Han pasado casi 100 años de aquel otoño. Pero en ocasiones muy especiales, la historia puede vivirse; en este caso, beberse. La próxima semana celebraremos una cena en donde se descorchará un Federico Paternina Gran Reserva 1928. Una prístina botella que esperamos haya logrado vencer al tiempo. 

Paternina, hasta 1984, fue una de las bodegas líderes de la Rioja, más conocida incluso que Vega Sicilia, que siendo de la Ribera, entonces no tenía denominación de origen. Este 1928 estará acompañado por otras botellas históricas, las mejores añadas del siglo xx, como 1948, 1964 y un par de rarezas de gran reserva blanco de los años 50, cuyo valor es incalculable hoy, pues estos vinos ya no existen en ningún sitio. En total son más de 400 años acumulados de guarda en esta reunión.

La oportunidad de beber tanta historia reunida y tan antigua representa un verdadero capital cultural. La experiencia implica, sin embargo, cierta responsabilidad, mucha sensibilidad y una disposición indispensanble: a los vinos de 5, 7, 9 décadas no puede uno acercarse como a un Beaujolais Noveau, hay que tener muy claro que a estas botellas venerables hay que intentar entenderlas, no juzgarlas; hay que ser sensibles a sus virtudes inigualables, a sus misterios, al milagro que representan, no estar buscando lo que conocemos, sino escucharlos, escuchar lo que quieren contarnos, atisbar lo que han visto, su sabiduría, como con nuestros mayores.

Para mí, caro lector, hacer parte de mi sangre, de mi cuerpo, llenar mi alma con un líquido mágico que bebió mi bisabuelo cuando tenía mi edad; aspirar el aire de 1928, oler el sol de aquellos tiempos, paladear la lluvia y sentir la tierra de un tiempo tan distinto, es una experiencia que no puede compararse con nada hoy. Tengo confianza en que este sueño, al realizarse, quedará guardado en el cofre de mi memoria, juntito a otras vivencias como la de haberme encontrado de golpe con Las Meninas de Velázquez en una oscura sala del Prado, la de ver a Curro Romero bordar una tarde de ensueño o la de escuchar al hermano de Camarón ser poseído por el duende de José una noche en la Isla de San Fernando. 

Las personas que tengan el tino de estar presentes la próxima semana muy probablemente no se darán plena cuenta de lo que han vivido durante este acontecimiento hasta más tarde en sus vidas, pero cuando les llegue el deseo o la necesidad trascendente de conectar con el pasado, de subirse a la máquina del tiempo, de haberle dado unos sorbos a la historia, tendrán atesorado el recuerdo para acudir a él cuantas veces sea necesario. Como hago yo cuando extraño el día en que compartí mi primera copa de vino con mi abuelo y su hermano, el tío Gerardo.

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