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Las elecciones crean relaciones

Por Marco Iván Vargas Cuéllar

Octubre 21, 2021 03:00 a.m.

A

¿A quién representan las fracciones parlamentarias que se pronuncian y votan en favor o en contra de una determinada iniciativa de ley?. ¿Para quién se gobierna cuando el titular del poder ejecutivo -sea federal o estatal- implementa una decisión que favorece a unas personas y afecta a otras? ¿De dónde proviene la crisis de representación y la insatisfacción por la democracia?.

Gobernar y representar son actividades distintas. Años de investigaciones y encuestas sobre cultura política han demostrado que existen claras asimetrías entre el entusiasmo y la expectativa del electorado frente a las candidaturas, y la satisfacción de la ciudadanía por el desempeño de sus gobernantes y representantes. Hay quienes culpan a la democracia. A mí me parece que este problema tiene que ver con la manera en que se entiende la relación entre gobierno y ciudadanía.

En concreto. Tenemos un problema generalizado sobre la manera en que se narra y describe la relación que existe entre un gobierno y la población a la que sirve. Esto se relaciona con la forma en que cada personaje entiende su posición, así como la fuente de legitimidad de donde proviene su investidura. Gran parte de la crisis de representación que existe en nuestras democracias proviene de estas diferencias. Vamos por partes.

Es una buena noticia que en México y en nuestro estado, la celebración de elecciones tiene niveles de votación más o menos estables. Lo que de manera muy general puede significar que la ciudadanía que participa encuentra utilidad en el acto de acudir a las urnas. Sea para votar, castigar, anular. Cada quien otorga el valor y significado de quiere al sufragio. 

Casi todas las personas entienden que la consecuencia material de una elección es otorgar un cargo público a una persona para que gobierne en favor y representación de toda la población. Las elecciones no solo otorgan poder, sino que además crean relaciones. De estas relaciones no se habla mucho, ni del tipo de interacción que se establece, ni de lo que se intercambia. Incluso es posible que quienes están vinculados en esta relación -gobernantes y ciudadanía- no sepan que están vinculados o entienden de manera diversa su función dentro de esta interacción. 

Hace algunos años Eran Vigoda propuso un continuo sobre el tipo de relación que se establece entre el gobierno y la ciudadanía a través de una línea evolutiva: las generaciones antiguas daban cuenta de una (1) interacción coercitiva donde el gobierno mandaba y los individuos eran vistos como súbditos. Luego está la etapa de la (2) delegación donde el gobierno es depositario de la confianza del electorado -en mi opinión aquí vivimos nosotros-, después viene una etapa de (3) responsividad donde el gobierno es gestor de las necesidades de sus usuarios. Las siguientes etapas parecen utópicas: la (4) colaboración donde gobierno y ciudadanía son vistos como pares, hasta llegar a una inversión de la interacción que se podría denominar (5) coerción ciudadana donde la ciudadanía es la que manda y el gobierno el que ejecuta. 

La manera en que gobernantes y representantes entienden su posición frente a la ciudadanía resulta determinante para entender el tipo de interacción que van a fomentar y, en última instancia, nos permite entender la manera en que conciben la fuente de legitimidad de su propio poder.

No es mi intención calificar el momento evolutivo en el que se encuentra cada personaje según la manera en que entiende su propio poder. Sino advertir más bien que esta concepción que se tiene define el comportamiento real sobre la manera en que se gobierna. 

Hay quienes entienden que los votos son señales o expresiones de preferencias por parte de la ciudadanía. Hay quienes solo buscan atender a las preferencias mayoritarias o a lo que ellos creen que significan esas preferencias. Hay quienes entienden que se debe gobernar también para quienes se expresaron de forma minoritaria. Y seguramente debe haber quien entiende que también se debe gobernar para quienes no vieron en las elecciones a una vía transitable de la expresión política.

Nuestros problemas de representación pueden ser atendidos -o quizás resueltos- si modificamos la manera en que entendemos el funcionamiento de nuestra propia democracia, así como de las consecuencias y relaciones que se crean a partir del voto y la participación. En cualquier caso, como todas las cosas que realmente importan, urge establecer una relación nueva y duradera. Una que parta de la noción de democracia participativa -la no electoral- que refleje otra madurez democrática. Es un asunto de ida y vuelta. Es crear una relación distinta.

Twitter. @marcoivanvargas