Las Fiestas y su circunstancia
Suena el celular y se identifican con voz amable y coloquial que alude a compañía de mensajería y que se disculpa por la tardanza de un pedido no realizado. Me pide datos que no tengo ni pretendo dar y como se hace tenso dedico colgar.
La navidad es la navidad de los estafadores y los fraudes, la temporada alta de páginas de internet falsas o engañosas, con productos que no llegan, o no son lo que prometen dentro de la publicidad y sus imágenes. Es esa faceta del ser humano, ingenioso para “ganarse la vida” robándole a la de los demás.
Finalmente, no me alcanza ese intento de estafa vía telefónica, pero confieso que sí he sido de las que han caído en otro tipo de engaños; con la época nos pone en modo “consumidor” yo como muchos, me dejé llevar por la comodidad de recibir en casa los regalos ideales, a precio envidiable y sin hacer largas filas frente a las cajas registradoras de los centros comerciales del vecindario y más allá las fronteras estatales o nacionales. Me queda como lección que hay que pensar dos veces antes de proceder al pago y leer las reseñas sobre lo que estamos comprando y a quien compramos.
Con todo, llegamos al 24, listos para derrochar nuestros afectos a través de paquetes y papeles vistosos que van y vienen, o con abundante comida y bebida sobre las mesas y reenvíos de mensajes infinitamente renviados deseándonos lo mejor y solo lo mejor para el año que se aproxima, además de agradecer lo bueno y lo no tan bueno del que todavía no termina.
Llegamos a este máximo de nuestros rituales como sociedad, algunos en la creencia de que Jesús volverá a nacer en el corazón de cada persona, renovando la alianza con la humanidad, que mezcla el arbolito con el nacimiento, la vaca y la oveja alrededor de un pesebre muy a la mexicana con pastorcitos, elefantes y dromedarios que traen sobre sus lomos, a la realeza de otros continentes.
De una manera o de otra, la idea es celebrar el final de un ciclo anual y la llegada de uno nuevo con la ilusión de mejorar y mejorarnos. Con las intenciones en forma de propósitos que hacemos públicos a sabiendas que habrá que echar mano de mucha fuerza de voluntad para poder cumplirlos.
Llegamos al 24 ansiosos de alboroto y fiesta, de reencuentro y tradición. Con la ilusión de renovar pactos o de hacer treguas a nuestras guerras domésticas en las que confundimos enemigos con seres queridos. Buscamos en las caídas de la temperatura, un resquicio de calor de hogar que nos recuerde que formamos parte de la misma especie, aunque nos diferencie la marca de coche, el slang de nuestra tribu, el corte de pelo o las joyas, la cartera de marca de renombre y los idiomas que dominamos.
Nos sentamos a la mesa con vestuario recién comprado o con el mismo del año pasado sintiendo que al terminar el día, somos ese clan que se reúne alrededor de un apellido cualquiera, con o sin abolengo, dejando atrás la farsa y los malos entendidos para fundirnos en un abrazo largo cargado de gran fraternidad que no importa si no se recuerda con tanta frecuencia durante los siguientes 365 días, pero que se experimenta con toda la fuerza que tiene reunirse bajo el nombre de la familia y de la quienes hemos asumido que lo son aunque no compartamos antepasados ni biografías.
Sin lugar a duda y a pesar de todo el circo alrededor de la fecha, celebro que aún mantengamos la costumbre de cerrar el año, de regalar afecto en diferentes versiones e intensidades, quizá porque hoy más que nunca, la humanidad necesitamos disminuir el ritmo de nuestras vidas y mirarnos, aunque sea por unos instantes, en los ojos de los demás.
¡Felices Fiestas a todos los lectores de esta columna a veces incomprensible!