Las Guerras de los Pasteles

Toda guerra es inncecesaria y cualquier argumento para iniciarla es ridículo por su nimiedad o por su egoismo. La guerra es vana, inútil, porque usualmente quienes van al campo de batalla conocen el pretexto pero no la causa, conocida por quienes se “declaran” la guerra y permanecen a salvo. En palabras de Paul Valéry:

“La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran”. Y el pretexto suele ser burdo, apenas una justificación mínima que apela al sentimiento para medio esconder la razón casi siempre económica manejada por los jefes de estado, por los estrategas estructurales.

Ya La Iliada de Homero es ejemplar: el rescate de su cuñada Helena es el pretexto de la expansión económica de los aqueos encabezados por Agamenón. Y así ha sido siempre, se enarbola una bandera que no dice mucho de los mapas de tácticas elaborados por los políticos, militares e ideólogos. Y así siguió la historia, de los sueños de alguien a la “venganza” por alguna muerte, de un gesto mal visto a una búsqueda de “nuevos mundos”, hasta llegar a las guerras como espectáculos de bombardeo transmitidas vía satélite a todo el mundo.

La Guerra de los pasteles fue la forma que los franceses dieron a su primera intervención en México, de abril de 1838 a marzo de 1839. La guerra de Independencia provocó muchas quejas de comerciantes galos avecindados en el país recién nacido, y fueron enviadas a Francia mediante el embajador, quien recomendó actuar “con mucha energía”.

Y cuentan que una de estas quejas fue de un tal Remontel, para más señas restaurantero de por el rumbo de Tacubaya en la Ciudad de México, en cuyo local se habrían presentado a comer algunos oficiales del presidente Antonio López de Santa Anna en 1832 y se habrían negado a pagar la cuenta. Y con esa historia se desató la guerra.

Hoy se habla de ataques y no de guerra. O “guerras preventivas”. Se habla (o se hablaba) de “guerra contra el narco”, y Susan Sontag retoma el término en el sentido médico de pelea contra el cáncer en su famoso ensayo La enfermedad y sus metáforas.

Las amenazas y las ansias de destruir al “otro” se ven cada vez más en los medios y en las redes, las industrias armanentista y mediática (esa prolongación de la guerra, de ahondar en sus consecuencias o rescatar y victimizar alguien). ¿Se viene la tercera guerra mundial? Ya no son tan lejanos los ecos en ese sentido. Y a nivel local la cosa no es diferente: demasiados asesinatos sin castigo, quema de edificios, balaceras por doquier. ¿México está, podría estar en guerra?
“Si todos lucharan por sus propias convicciones en el mundo, entonces no habría guerra”, se dice en La guerra y la paz, de León Tolstoi.

Las campañas políticas rumbo a las siguientes elecciones se deciden en “cuartos de guerra”, y en ellas se recurre a lo que sea con tal de “aniquilar” al enemigo. La cuestión es qué papel jugamos o cuál quieren que juguemos. Filtración de videos o acusaciones, nada es o no suele ser “por azar”. Hasta en ajedrez se maneja una línea de piezas sacrificables según las necesidades de ataque o defensa. Son los peones. ¿Somos peones?

La voz lírica de Blues hablados de la tercera guerra mundial, un poema de Bob Dylan, tras relatar su sueño de guerra, concluye así:

“Bueno, pues el doctor me interrumpió como por aquí
Diciendo: «¡Eh! Yo también he estado soñando eso mismo últimamente»
«Pero mi sueño era algo distinto, verás
Yo soñaba que el único que quedaba después de la guerra era yo,
Y no te veía por allí».
El tiempo pasó y ahora parece
Que todo el mundo sueña lo mismo.
Todos se ven paseando por ahí y no ven a nadie más.
La mitad de la gente puede estar a medias en lo cierto continuamente
Unos cuantos pueden estar en lo cierto alguna vez,
Pero nadie puede estar en lo cierto todo el tiempo.
Me parece que esto lo dijo Abraham Lincoln.
Os dejaré aparecer en mis sueños si me dejáis que aparezca en los vuestros.
Esto lo he dicho yo.”

“Atácalos y destruirás una gran nación”, le dijo el oráculo a Creso, rey de Libia, hace algunos siglos, antes de invadir Persia, y él atacó confiado. La gran nación destruida fue la de Creso. Cuidado con las motivaciones que creemos tener para destruír, para odiar: “Todas las guerras son santas, os desafío a que encontréis un beligerante que no crea tener el cielo de su parte” (Jean Anouilh).
Las campañas en Change.org pidiendo exiliar a Ackerman y a Zavala fueron la comidilla de la semana, a costa de una supuesta intervención extranjera. Somos muy buenos para el mame, pero es hora de exigir seriedad. Ni bromas ni guerra, ya basta.
Como buen hipie, aún creo en aquello de hacer el amor y no la guerra. Deberían creerlo (y practicarlo) quienes tienen poder de decisión en muchos ámbitos.

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