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Los efectos

Por Marco Iván Vargas Cuéllar

Octubre 22, 2020 03:00 a.m.

[Spoiler Alert: En Coahuila, 

hay quienes agradecen que exista 

la representación proporcional]

Necesitamos comprender los efectos de la manera en que votamos. Una de las muchas virtudes que tiene el diseño constitucional del sistema electoral en México es que permite que podamos tomar decisiones colectivas para designar representantes de manera pacífica, mientras procuramos obtener cierta proporcionalidad de la representación política. Pero advierto que los efectos de representación que tiene el voto aún no son del pleno dominio de la totalidad del electorado. Y eso es un problema, explico.

Las elecciones nos sirven para designar a autoridades unipersonales como la presidencia de la república o una gubernatura. En este tipo de elección, se dice coloquialmente que quien gana, lo gana todo. Es decir, que de forma independiente a la regla de mayoría con que se otorga la victoria -puede ser por mayoría simple donde gana quien más votos obtiene, o por mayoría absoluta donde gana quien obtiene por lo menos el 50% + 1 de los votos-, la persona que gane ocupa todas las posiciones en disputa -es decir, 1-. Durante años hemos escuchado la crítica a la fuente de legitimidad de un gobernante que ha ganado –por mencionar solo un ejemplo- con el 34% de los votos en una elección, mientras que el 66% restante se dispersó entre el resto de las candidatutas y los votos anulados. El argumento es tan sencillo que parece barato: dos terceras partes de la población no encontraron apta a la persona que ganó. Es solo una crítica. Ahoa que si queremos ponernos dramáticos, podríamos calcular la proporción del electorado que votó por la persona que ganó, pero no con respecto a quienes acudieron a votar, sino tomando en cuenta a todo el padrón electoral –por aquello que dicen que el abstencionismo también es una declaración política-. En ese caso el porcentaje podría a ser bastante menor.

En este escenario, puede decirse que las personas que no votaron por el ganador –o ganadora-, no están representados. Y esa es la razón por la que existe la célebre pero incomprendida representación proporcional. Este principio opera en elecciones donde la cantidad de puestos que se van a designar es superior a 1, como es el caso de los congresos o los ayuntamientos. Para el caso concreto del Congreso, el voto por una determinada candidatura que es postulada por un partido político, una coalición o una alianza tiene dos efectos: por una parte, se contabiliza el voto para la persona que fue votada, para efectos de obtener su puesto de representación; pero este voto también sirve para calcular la cantidad de votos que ha obtenido un partido político. Aquí la idea es que la ley contempla reglas para asignar espacios –diputaciones, senadurías- adicionales a los partidos políticos en función del porcentaje de votos que obtuvieron. De esta manera, aunque un partido político gane una determinada cantidad de espacios –por lo que le llaman la vía uninominal-, es posible que el resto de los partidos puedan obtener ciertos espacios aunque no hayan ganado algún distrito de manera directa. El mejor caso para explicar este supuesto nos lo acaba de otorgar el Estado de Coahuila donde la elección legislativa del pasado domingo arrojó un dato por demás ilustrativo. Un solo partido político ganó todos los (16) distritos electorales, lo que significa que obtendrá 16 diputaciones de las 25 que componen al Congreso de ese estado. Las 9 diputaciones restantes serán asignadas entre los partidos políticos en función de la proporción de votos que obtuvieron. Eso no le va a quitar al partido político ganador su mayoría, pero tampoco va a impedir la representación de las personas que votaron por otras alternativas.

Otro ejemplo del que poco se habla es cuando existe la posibilidad de dividir el voto en una elección donde se elige al poder ejecutivo –presidencia o gubernaturas- y al poder legislativo –senadurías y/o diputaciones-. Hay promotores del voto que de forma enérgica y contundente dicen a su público que deben –sí, deben- marcar todas las boletas para un mismo partido político. Pero no se les explica por qué. La razón ya se la ha de imaginar: se busca afianzar la victoria del poder ejecutivo y construir una mayoría legislativa con la que se pueda gobernar –aunque quizás “gobernar” no es el verbo más correcto en esta oración-. Otras personas recomiendan dividir el voto, es decir, votar por un partido para el poder ejecutivo y por otro distinto para el poder legislativo con el fin de buscar equilibrios en la conformación de los poderes.

Tengo la firme, evidente y nada innovadora hipótesis de que la información mejora la comprensión pública de lo que se vota y sus efectos en la representación política serán distintos. Me parece que habemos quienes compartimos la responsabilidad de informar al electorado este tipo de cosas. Lo mismo con las candidaturas de personas indígenas, con las candidaturas para jóvenes, para las candidaturas en paridad de género. Hay que explicarlo clarito, porque sus detractores son los primeros interesados en que no se conozcan o no se comprendan sus efectos. 

Tengo una buena idea, hablemos con claridad. No merecemos menos que eso.

Twitter. @marcoivanvargas