logo pulso
PSL Logo

Los lugares en los que fuimos

Por Yolanda Camacho Zapata

Marzo 14, 2023 03:00 a.m.

A

Una de las frases más trilladas en la literatura y en el cine, es decir que los bandidos siempre regresan a la escena del crimen. Generalmente es ahí, justo donde su nostalgia delincuencial los llama, que son capturados y la vida se les tuerce. Quizá así pasa con todos nosotros, que de pronto añoramos los lugares en los que fuimos. 

Todavía conservo la manía de revisar los periódicos de la ciudad donde una vez viví. Hojeo las páginas virtuales del diario nacional al que me aficioné estando allá a lo lejos y el de la ciudad que una vez nos dio casa. Naturalmente, de vez en cuando entro a los espacios de las noticias de la que fue mi universidad y hasta me preocupo cuando hay amenaza de tormenta invernal. Pobre gente, caminando para tratar de llegar al campus o salir de él a quién sabe cuántos grados bajo cero.  Hoy leí que el domingo un hombre que vivía en un complejo de departamentos cercano a mi universidad mató a puñaladas a una persona y luego se atrincheró en su departamento, llevándose en el camino a dos policías que tuvieron la mala suerte de ser los primeros respondientes. Afortunadamente, ambos sobrevivieron mientras el hombre se encerraba a piedra y lodo, no sin antes encender sus redes sociales subiendo fotos y posteando su suerte, que terminó unas horas después con él bajo custodia policiaca. Sin embargo, mientras leía todo esto, yo no dejaba de pensar cuántas veces pasé por ese edificio junto con Marcos, cuando íbamos cargando nuestro costal de ropa sucia rumbo a la lavandería, en esa época sin lavadora que nos hacía tomar dos autobuses con kilos de  trapos mugrosos al hombro. 

Los espacios son lo que significan para quienes viven algo en ellos. A veces resulta menos importante si en ese parque se libró la batalla épica de sabequecosa, a si a alguien ahí le avisaron que habían dejado de amarle y que lo mejor sería seguir con su camino. Recuerdo a una chica con la que fui cercana hace muchos años. Su pasatiempo favorito era recorrer, en una especie de visita de los siete altares, aquellos lugares donde su ex le había prometido algo: “-Aquí era donde nos íbamos a casar-“, decía pasando por San Agustín; “-Íbamos a vivir en una casa en esquina, en esta privada-” y así le seguíamos, cual estaciones  de Vía Crucis, de sitio en sitio, esperando que al tercer día mi amiga resucitara. Ya nunca supe si la pobre chica siguió con su vida, o continuó habitando esos espacios donde creyó que estaba el futuro. 

Tengo un par de amigos en otros estados con los que hace años trabajamos un tema laboral común. En aquél entonces era hombres ya hechos, muy plantados en los puestos que ocupaban. El tiempo pasó y dejamos de vernos en persona. Hace ya años que dejaron sus cargos, pero pareciera que siguen viviendo suspendidos en un vórtice de nostalgia perpetuo, dando vueltas y vueltas en lo que un día fueron: “Evento de hace ocho años en Palacio Nacional.” “Congreso de X con la presencia de Y, en el Congreso de la Unión, hace 6 años”, “ Con los amigos fulano y sultano, a la salida de la reunión tal, en el Teatro Juárez, en el 2014”. Yo los veo y suspiro. 

Nada tengo en contra de la nostalgia amorosa y laboral, pero no puedo dejar de pensar que en ocasiones el pasado nos nubla y orilla a idealizar espacios que tuvieron su encanto, pero que distan mucho de ser mágicos.  Creo, sin embargo, que bien vale la pena usar lo que tenemos a mano para visitar aquél lugar donde una vez fuimos otros, en donde amábamos a otros, en donde imaginábamos distinto. Sin embargo, el gran logro es salir impolutos de la nostalgia del pasado, para darnos cuenta que por muy lindo que haya sido aquello,  ahora, por lo menos, ya tenemos lavadora.