Me rehúso a concederle la razón a la legión de críticos de Andrés Manuel López Obrador que se solazan repitiéndonos el consabido “se los dije”. Espero seguir afirmando lo mismo al terminar el sexenio, pero por lo pronto me cuento entre los que volvería a votar por él si fuera necesario. Y eso no significa que estemos satisfechos, ni mucho menos. Aquí mis razones.
En los circuitos literarios corre un acertado consejo: “si de veras te gusta un libro, nunca conozcas al autor”. Y es que, en efecto, con frecuencia el arrobo que experimentamos leyendo un maravilloso texto, o para el caso disfrutando una pintura o una obra musical, se arruina a medias o completamente cuando encontramos que el autor se queda muy por debajo de su creación.
A ratos me pregunto si no le estará sucediendo algo parecido a la 4T y a su fundador. Para los que votamos por López Obrador resulta incómodo verlo pelearse todos los días con el Reforma, encarar con mofa a sus adversarios en las mañaneras, permitir ser rodeado por escolares que cantan himnos en su honor, auspiciar el atraco del gobernador Bonilla para extender su período en Baja California, comparar su lucha con la de Jesucristo, hacer consultas a mano alzada y considerar que son la voz del pueblo, y un preocupante largo etcétera.
Me habría gustado mucho más que la genuina austeridad y el indeclinable compromiso con los pobres que le caracterizan, viniese acompañado de la dignidad y el porte de un jefe de estado.
Pero no podemos dejar de percibir la magnitud del bosque simplemente porque nos percatemos de la existencia de troncos dañados. Primero, porque si tuviera razón el bando de “se los dije” eso significaría que habría sido mejor haber votado por Ricardo Anaya o José Antonio Meade. Entre la mojigatería y la rapacidad hipócrita del PAN, y la frivolidad corrupta del PRI, me sigo quedando con Morena y sus errores. Tiende a juzgarse a López Obrador y a su administración como si viniésemos del paraíso perdido. Sexenios que instauraron la guerra que lleva más de 200 mil muertos o a gobernadores que saquearon el patrimonio como si no hubiese mañana, tendrían que ser el referente de fondo para contrastar los aciertos y desaciertos de la 4T.
Se presenta la ausencia de licitaciones en la compra de medicinas o la designación de algún funcionario cuestionable como prueba fehaciente del fracaso de López Obrador y de su campaña de limpieza, como si la mafia de los toluqueños y sus constructores cómplices no hubiesen robado suficiente para asegurar la fortuna de las siguientes cinco generaciones.
Y segundo, porque la morralla cotidiana de memes y videos que arrojan los dichos de López Obrador, unos desafortunados y otros sacados de contexto pero siempre incriminatorios, impide ver que el país ha comenzado a dar un giro, lento y trabajoso pero giro al fin, en lo que hasta hace poco parecía imposible: una administración pública más austera, una burocracia menos rapaz del patrimonio de todos, políticas públicas a favor de los que menos tienen.
Un dislate histórico del presidente es lamentable, pero irreverente frente a la proeza de conseguir que los trabajadores puedan elegir a sus líderes en voto secreto para que puedan socavar así los cimientos de la corrupción sindical. Deshacerse de Romero Deschamps sin que los lideres charros hubieran paralizado a Pemex tampoco es poca cosa. Conseguir que el salario mínimo crezca significativamente por encima de los precios, lo cual incrementa el poder adquisitivo de los sectores populares, se dice rápido pero no se había conseguido en décadas y es una forma de redistribución del ingreso (impensable en una administración panista o priista).
Me gustaría que Andrés Manuel López Obrador fuera el estadista sabio, sobrio y profundo, que podría haber sido. También me gustaría que Richard Wagner no hubiese sido antisemita pero eso no impide que encuentre a su música sublime;
habría deseado que Octavio Paz hubiese sido más crítico del presidencialismo priista, aunque eso no demerita su talento como poeta y la grandeza de algunos de sus ensayos. Hay frases y actitudes de AMLO que encuentro absurdas e innecesarias, pero eso no me lleva a concederle razón a los pregoneros del “se los dije”.
Quizá por vez primera en la historia del país hay un presidente que de manera genuina intenta gobernar en beneficio de los pobres y los desprotegidos, y no prioritariamente a favor de los sectores privilegiados como ha sido hasta ahora. Y eso me basta, por el momento.