Mejor la vía fácil que la difícil

Como sabemos, la luz del Sol es la fuente última de toda la vida sobre el planeta.  Sin radiación solar las plantas no podrían reproducirse ni generar la materia orgánica que necesitan los animales para sobrevivir. Ciertamente, sin el Sol la vida tal cual la conocemos no podría haber surgido en la superficie de nuestro planeta. 

Así, durante los millones de años en los que hemos evolucionado como especie hubimos de adaptarnos a las características particulares de los rayos que emite el Sol y que llegan a la superficie de la Tierra. Tenemos, por ejemplo, que los periodos de día y de noche ocurren cada 24 horas y que, en consecuencia, desarrollamos un ritmo circadiano con esta periodicidad. De haber tenido la Tierra una velocidad de rotación diferente, nuestro ritmo circadiano habría evolucionado diferente y se habría adaptado según fuera el caso. 

Otra característica importante de la radiación del Sol que ha demandado de una adaptación es su composición de colores que determina su tonalidad. La radiación solar tal cual la percibimos tiene un tono amarillento. Esto es debido a que su contenido de colores verde y azul-verde es relativamente grande en comparación con su contenido de azul y rojo. En estas condiciones el ojo humano evolucionó hacia una sensibilidad a la luz diurna que es máxima precisamente a los colores verde y azul-verde. Si viviéramos en otro sistema solar, con una estrella más caliente o más fría que nuestro sol -la cual emitiría radiación con una composición diferente de colores-, quizá la máxima sensibilidad de nuestro ojo correspondería a un color diferente.  

Por otro lado, en fechas muy recientes en términos de la evolución -hace poco más de un siglo-, apareció una forma de luz artificial -el foco incandescente- que modificó drásticamente nuestros hábitos nocturnos. La luz que emite el foco incandescente tiene una tonalidad rojiza -en contraste con la tonalidad amarillenta de la luz solar- que revela su mayor contenido de luz roja, y que lo acerca a la tonalidad de la luz solar durante el crepúsculo. 

En fechas todavía más recientes -hace apenas un cuarto de siglo- apareció una nueva y revolucionaria lámpara para la iluminación ambiental: el LED, que tiene una serie de virtudes que han puesto al foco incandescente en el camino de su extinción. Al contrario de la tonalidad de la luz incandescente, sin embargo, la tonalidad de la luz emitida por los LEDs puede diferir grandemente de aquella de la luz solar por su alto contenido de luz azul, y desde este punto de vista entra en conflicto con nuestra adaptación evolutiva. 

En efecto, sabemos que el ojo humano, aparte de los dos tipos de receptores especializados en las visiones diurna y nocturna, tiene un tercer tipo de receptores que provoca efectos fisiológicos como respuesta a condiciones cambiantes de la iluminación ambiente. Estas respuestas incluyen la producción de melatonina, la cual prepara al cuerpo para el periodo de sueño. En este sentido, se ha encontrado que la iluminación nocturna con LEDs con un alto contenido de luz azul interfiere con la producción de melatonina y por consecuencia con el ritmo circadiano. Este resultado indica que los LEDs con un alto contenido de luz azul –luz “fría”- deben evitarse para iluminación nocturna en casas-habitación en beneficio de los LEDs de luz “cálida”.

En contraste, los LEDs de luz “fría” serían útiles en las primeras horas de la mañana para despejar la somnolencia después de despertar del sueño nocturno. Esto, al menos, de acuerdo con un artículo publicado el pasado mes de enero en la revista “Scientific Reports” por un grupo de investigadores del Instituto Avanzado de Ciencia y Tecnología de Corea, encabezado por Kyungah Choi. En dicho artículo se reportan los resultados de una investigación llevada a cabo con 15 estudiantes para determinar los efectos fisiológicos y psicológicos que produce la iluminación ambiental en horas de la mañana con dos tipos de luz: luz “fría” con un alto contenido azul y luz “cálida” con una componente de color rojo dominante. Durante el estudio los estudiantes fueron expuestos durante una hora a los dos tipos de luz. 

Como resultado de su estudio, Choi y colaboradores encontraron una disminución significativamente más alta de los niveles de melatonina de los estudiantes después de su exposición a la luz “fría” que a la luz “cálida”. Igualmente, la exposición a la luz con un contenido mayor de color azul mejoró significativamente la sensación de somnolencia en comparación con la exposición a luz con un mayor contenido de color rojo. 

De acuerdo con Choi y colaboradores, los resultados de su estudio tienen implicaciones importantes para el diseño de los sistemas de iluminación de espacios interiores. En este sentido, apuntan que dicho diseño debe contemplar no solamente los aspectos relativos a los niveles de iluminación, sino también su contenido de luz azul, que debería ser bajo en horas de la noche y alto en las primeras horas de la mañana. Para lograr esto se aprovecharía tanto la flexibilidad de las fuentes LED en cuanto a la tonalidad de su emisión, como la tecnología del “Internet de la Cosas” que permitiría controlar dichas fuentes.  

Se adaptaría de este modo la tecnología de la iluminación nocturna a nuestras condiciones como especie humana, que son el resultado de millones de años de evolución. Hacerlo a la inversa sería, sin duda, considerablemente más difícil.