¿MIEDO?
En el marco de la postulación de candidatos a los cargos federales de elección popular (senadurías y diputaciones), el gallardismo verde está enviando señales muy extrañas, mensajes confusos. En una primera aproximación, el fenómeno parece apuntar a que no tienen mucha confianza en obtener los resultados que más les interesan. Lo cual, de ser así, sólo podría deberse a que ellos saben algo que no se ha hecho público pero que les preocupa.
Quizá el caso más relevante sea el de la doble candidatura de la señora Ruth Miriam González Silva, esposa del gobernador Ricardo Gallardo Cardona. Ya consta de manera oficial en la documentación electrónica del INE que doña Ruth es candidata de mayoría relativa al Senado de la República en primera fórmula por el Partido Verde Ecologista de México y también al mismo cargo por la vía de representación proporcional (plurinominal) ocupando el segundo lugar de la lista nacional.
Es decir, la señora González Silva ha sido colocada en la inusual condición de que puede llegar al Senado por tres vías diferentes: por obtener el mayor número de votos en las urnas, por el principio de “primera minoría” y por la vía plurinominal. Por esta última opción hay garantía casi absoluta, ya que hace seis años aun participando aliado con el PRI y en contra de Morena, el Verde alcanzó tres senadurías de representación proporcional.
(Según un buen amigo chilango que conoce la manta, esa ventajosa posición difícilmente el Niño Verde la habría entregado por menos de “cien kilos”. No supe si de enchiladas o de tunas).
Una primera y muy lógica conclusión sería que tan obsesivo empeño tiene que ver con el hecho de que la dama es parte central del esquema sucesorio que bulle en la mente de su esposo, no solo para asegurarse una sucesión favorable, sino para cimentar un cacicazgo de aquellos.
Pero no es esto lo que hoy queremos destacar. Según la propaganda y la retórica del gallardismo verde, en las elecciones del próximo 2 de junio va a “arrasar”. Así lo dijo el propio Gallardo Cardona hace unas semanas en un evento público. Aún con reservas ante la hipérbole, esto implicaría una gran cantidad de votos para la candidata presidencial Claudia Sheinbaum y por lo menos una senaduría de mayoría relativa y varias diputaciones federales.
En este contexto, el aseguramiento de un escaño senatorial para su esposa, en el peor de los casos por la vía plurinominal, lleva implícito un mensaje claro e inocultable: que existen razones para temer que no gane vía mayoría relativa ni siquiera como segunda minoría. ¿Y eso?
Sobre el particular no hay ninguna versión explícita del gallardismo verde, pero el mensaje implícito es muy claro: No hay confianza, y mucho menos certeza, en conseguir el triunfo por la vía que más votos exige.
Si fuera ésta la única señal extraña, sería de suyo bastante interesante y propicia para la especulación. Pero hay varias más.
En el 2009, Ricardo Gallardo Juárez ganó con comodidad la alcaldía de Soledad de Graciano Sánchez. Seis años después ganó la de esta capital con más de 130 mil sufragios, segunda votación histórica más alta hasta ese momento. Tres años después perdió por maltratar a sus aliados políticos, pero aun así cosechó cosa de 90 mil votos. Ahora figura como candidato a diputado federal suplente por la vía plurinominal, en la muy segura tercera posición de la lista del PVEM. El titular es Omar Alejandro Acosta Ornelas, un empleado de tercer nivel en la secretaría estatal de Desarrollo Social y Regional. Resulta obvio que pasadas las elecciones el prestanombres no durará ni una quincena en la curul.
Aquí también es obligado preguntarse ¿Qué saben los Gallardo? que los obliga a tomar precauciones tan extremas para no correr riesgos en las urnas. El gallardismo verde tiene entre la capital y Soledad por lo menos dos distritos electorales federales donde los momios le favorecen. En tales condiciones ¿Por qué imponer al patriarca del clan ese triste papel de buscar una curul no solo vía plurinominal sino por la puerta trasera de una suplencia, que en este caso es degradante? ¿De este tamaño es el pánico, ante las mesas de votación? Ya veremos qué resulta.
Una posible explicación al caso Gallardo Juárez sería que lo que se quiere es proporcionarle un fuero que le puede hacer falta más adelante, pero sin llegar a meterlo en la jugada de la sucesión en el 2024.
No son ajenas a esta lógica del miedo dos casos adicionales: Juan Carlos Valladares renunció a la Secretaría de Desarrollo Económico para ser candidato a diputado federal por el VI distrito capitalino donde al gallardismo verde le ha ido bien en elecciones anteriores, pero no se nombró sucesor. Hay un encargado de despacho que ya trabajaba ahí, como nomás para guardarle la silla a su jefe que a lo mejor regresa. Lo mismo sucede con Ignacio Segura Morquecho en la Sedesore. Él va de compañero de fórmula al Senado con Rita Ozalia Rodríguez por Morena, pero también pusieron a alguien a cuidarle la silla.
Cualquiera que sea la intención real de esas precauciones, lo que desde afuera se percibe es que Gallardo no está seguro de que ganen y como son cuates les va a guardar el sillón estos tres meses.
SE SIENTEN MONARCAS
Para disminuir sus disparates, a los ocupantes de Palacio de Gobierno les vendría bien que alguien se apropiara la idea de James Carville y les pusiera enfrente un letrero de buen tamaño con la leyenda “¡Es la Ley, tontos!”.
(Carville es un estratega político norteamericano que alcanzó su mayor fama en 1992, cuando condujo la exitosa campaña presidencial de Bill Clinton y en su despacho colocó un letrero en que el que se leía “¡Es la economía, estúpido!”, para focalizar el tema central de la contienda).
Hace unas pocas semanas, enterado de que se había introducido una demanda de amparo contra la construcción de la Arena Potosí y que el juez federal del caso había ordenado una inspección ocular a las obras, el gobernador Ricardo Gallardo Cardona se enojó y dijo varias tonterías: que eran cosas de gente que se la pase chingue y chingue y que era también asunto de la Herencia Maldita.
Ni una cosa ni la otra. Lo que lo saca de quicio y enferma es que a cada rato se le aparece enfrente La Ley y le recuerda que por muy gobernador que sea no puede hacer ni con el poder ni con el dinero público lo que le dé su regalada gana.
Cuando siguiendo su instinto gregario los seres humanos comenzaron a integrarse en comunidades cada vez más numerosas, muy pronto se les hizo evidente la necesidad de establecer reglas de convivencia; reglas que posibilitaran la vida en común sin lastimarse unos a otros, sin abusos ni despojos, y también para contribuir equitativamente a los requerimientos de la colectividad. Más adelante, surgieron leyes para hacer justicia y para establecer castigos.
Ya en una etapa más avanzada de la civilización, muchos siglos después de evolución en las formas de gobierno, surgieron leyes específicamente destinadas a contener al Poder, a evitar los abusos del Poder. Después vendrían legislaciones más avanzadas y sofisticadas en materia de derechos humanos, equidad de género y etcétera, pero ese ya es otro tema.
En nuestro caso, además de la Constitución Política del Estado y la General de la República, que son nuestros mayores ordenamientos, contamos con 134 leyes estatales. Muchas de ellas, algo así como un tercio, corresponden al ámbito del correcto ejercicio del gasto público, de las formas permitidas para adjudicar obras y contrataciones de servicios; determinan también como debe planearse el desarrollo estatal con sus prioridades claramente establecidas. Igual sucede con las normas que obligan a las consultas públicas, a la transparencia, a la homologación contable y a la deuda pública. Hay leyes que indican los requisitos para ser funcionario(a) público(a) y otras para manejar desechos industriales. Tenemos normas que nos indican cuáles son los derechos intocables de las personas y cuáles las obligaciones del gobierno para atender a la población.
Gallardo Cardona llegó a gobernador sin tener remota idea de que decenas de leyes vigentes contienen prevenciones ante los eventuales excesos del Poder. Parece que confunde nuestro sistema republicano, representativo, federalista y democrático con otro de corte monárquico, y actúa como si fuera no el gobernador, sino el rey de San Luis Potosí, con poder absoluto y autoridad ilimitada. Luis XIV tendría celos.
Ojalá llegue a entender que es la Ley, y no su invento fantasioso de la Herencia Maldita ni algunos ociosos que gustan de estar chingue y chingue, la que le ha puesto y le seguirá poniendo algunas trabas a sus demencias autoritarias.
Ha sido La Ley la que le ordenó que debía reponer su Plan Estatal de Desarrollo porque no hizo bien las consultas a indígenas y discapacitados; es la que ha impedido que el Congreso le haga su gusto de restablecer la pena de muerte y la castración de abusadores sexuales, porque no lo permiten ni nuestra Constitución ni tratados internacionales de los que México es parte.
Es también La Ley, aplicada por instancias judiciales o por autoridades federales, la que le impidió ir a levantar un cristo gigante en la Joya Honda sin ajustarse a normas ambientales; la que no le permitió trepar a carreteras federales sus patrullas superdeportivas más de chavo locochón que de estratega en materia de seguridad. Fue La Ley la que lo obligó a no destruir ni regalar (porque ni suyos eran) los adoquines de San Miguelito y a realizar las obras como debe ser y en consenso con los vecinos. Fue La Ley la que le impidió talar 850 árboles de la avenida Himno Nacional y será la que pronto lo obligue a retirar el nombramiento de la nueva secretaria ejecutiva del Consejo Estatal de Seguridad Pública, porque no cumple los requisitos. Es también La Ley la que lo sancionará si no hace algo para eliminar el lirio acuático de la presa San José.
Será también La Ley la que más tarde que temprano comenzará a exigirle a Gallardo Cardona que rinda cuentas de sus dispendios, de sus gastos caprichudos y de los millones y millones no contabilizados.
Por eso y por varios otros casos que la limitación del espacio nos obliga a dejar fuera hoy, es que sería un acto de compasión ir a poner frente a Palacio, en letras monumentales como las que tanto le gustan a Enrique Galindo, “¡Es la Ley, tontos!”.
Utilizo el plural porque me parece obvio que si bien Gallardo no tiene idea de qué es la ley, su alter ego Uñas Largas tiene fama de buen abogado, por lo que es inexplicable que en tantos asuntos que pasan por su escritorio no sea capaz de advertir a su jefe de que la está regando. Y sí, suprimí el severo “estúpido” porque me parece que el “tontos” levanta menos malas pasiones.
Hasta el próximo jueves.
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