Minoría
Hace poco me topé con un exalumno. Vamos a llamarle Luis. Desde hace ya casi una década que compartimos aula, me di cuenta de que era un chico listo. Avispado, agudo en sus comentarios, dedicado. No dejaba tarea sin hacer, ni lectura sin realizar. Preguntaba lo que no sabía. Eso sí, escribía fatal. Tenía gramática y ortografía de primero de primaria. Claramente su educación inicial había sido muy deficiente. Conocía muy poco de todo. No era un chavo culto, ni siquiera con temas que a su edad debería saber. Su lectura en voz alta carecía de fluidez y entonación. Sin embargo, los baches educacionales eran suplidos con un entusiasmo galopante por todo aquello que creía podía hacerlo mejorar. Me pedía recomendaciones de lectura que luego comprobaba que había hecho y nunca dejaba una duda para sí, no le daba pena alguna aceptar que no sabía y una vez que un compañero quiso hacerle burla por una pregunta obvia, contestó con “Pena debería darte no preguntar”. El silencia que se hizo en el salón fue absoluto.
Con los meses me contó que venía de una comunidad suburbana cercana a San Luis. Era el hijo de en medio de seis hermanos. Su papá trabajaba en una ladrillera y su mamá era empleada doméstica. Sus hermanos mayores habían abandonado la escuela en la prepa y él era el primero en ir a la universidad de su familia. Trabajaba esporádicamente cuando su tío, que era albañil, le pedía ayuda en pequeñas obras de reparación y, aunque le gustaba hacerlo, él estaba empeñado en ser abogado. Como yo me lo topé muy al inicio de la carrera, le perdí la pista, pero supe que había entrado a trabajar en un despacho y luego se había graduado.
Me dio gusto verlo, ya con cara mucho más madura y buen porte. Me contó que llevaba años en el despacho donde inició y que le habían asignado con el tiempo mayores responsabilidades y mayor sueldo. Me dijo cuanto ganaba con tal orgullo que no me quedó más que sonreír de oreja a oreja. Recordé sus orígenes y le dije que me sentía muy orgullosa. Hasta le di un abrazo, yo, que no soy nada abrazona.
Hoy lo recordé. Acabo de leer el Informe de Movilidad Social 2025 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias, con datos reveladores. Se ha encontrado que el 39% de hijos de padres con educación primaria o menos alcanzan únicamente el mismo nivel educativo que sus progenitores. El 50% de las personas que provienen de hogares con menores recursos económicos no consiguen ningún ascenso en su posición económica. Veintiocho de cada cien personas crecieron entre el 20% de la población con menores recursos económicos únicamente logran ascender al siguiente 20% y 78% de cada cien personas que provienen de hogares con menores recursos económicos, quedan entrampados en el 40% de la población con bajos recursos. Entonces, Luis es una minoría entre las mayorías. Por lo pronto ya está entre ese 20% que ha logrado ascender al siguiente 20%. Ya salió de esa mitad que se quedará en la misma posición económica y ya brincó la barda de los límites educativos que heredó. Ha cambiado su presente y no me queda duda que también su futuro, pero no puedo dejar de pensar en ese abultado grupo que se quedará ahí. Como Luis he tenido varios, y se que el sistema en el caso de algunos, no cooperará ni siquiera para hacerlos saltar ese 20% que implicaría una mejora notable.
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Luis se fue muy ufano, con la sonrisa genuina y el paso firme. Yo espero que haya muchos más que salten las posibilidades y le vayan acompañando el camino para que yo en paz les vea alejarse.