Mirador

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La mañana era tibia, de sol claro.

No había nubes en el cielo, que parecía el manto de la Virgen. Aún brillaban en la hierba las gotas del rocío, y se oían en la cercana escuela las voces de los niños que repetían la lección.

San Virila salió de su convento. Iba al pueblo a pedir el pan que los pobres le pedían. En el camino vio a un niño que lloraba. El frailecito sabía que el buen Dios se preocupa cuando ve que en el mundo llora un niño. Le preguntó:

-¿Por qué lloras?

Entre lágrimas respondió el pequeño:

-Mi sombrero cayó al río. Mi padre me regañará por haberlo perdido.

San Virila buscó el sombrero entre las aguas, pero no lo halló: la corriente se lo había llevado. Entonces le tejió al niño un sombrero nuevo con rayos dorados  que tomó del sol. El chiquillo, sonriendo, se lo puso y se encaminó, feliz, hacia su casa.

Cuando el frailecito regresó al convento el padre prior le preguntó:

-¿Qué milagro hiciste hoy?

-Ninguno -respondió San Virila-. Nada más tejí un sombrero.

¡Hasta mañana!...