Mirador
La gata jeroglífica, hierática, está sentada en lo alto de la tapia
del jardín.
No le importa que el muro sea de adobe. Para ella la pared es un trono más lujoso aun que el de Cleopatra. Desde él contempla al mundo con actitud de reina. Todo le pertenece: los cielos y la tierra; los animales y las plantas. Le pertenezco yo. Para mí ni siquiera tiene una mirada.
Me inspira temor la gata, lo confieso. Siento que sabe cosas que yo ignoro. Su pose mayestática, indiferente, altiva, me hace querer escapar. Sé que no es una bruja. Sé que no es una diablesa. Sé que es una gata. Por eso precisamente le temo.
Me alejo de ella paso a paso, sin darle la espalda, y cierro la puerta tras de mí. Aun así me sigue su misterio. ¿Qué enigmas guarda como los que hacían temblar a los hombres de la antigüedad? Si en sueños se me aparece hoy en la noche me despertaré y no podré ya volver a conciliar el sueño. La gata jeroglífica me sigue. Ya siempre me seguirá. Ya siempre.
¡Hasta mañana!...
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