Mirador
La nostalgia, esa inútil melancolía, me hace decir que las posadas de estos tiempos ya no son como las posadas de otros tiempos.
Antes era obligado en ellas el rezo del rosario, al que seguían los cantos tradicionales, la procesión con los peregrinos, y luego la piñata. En mi casa disfrutábamos los inefables buñuelos saltilleros, hechos de aire al que se añadía un poco de azúcar y canela. Los señores -y algunas señoras- bebían el cálido y sabrosísimo ponche de guayaba con tripas -así se decía- de brandy o ron. Una taza de ese ponche te quitaba el frío durante diez inviernos.
Las cosas han cambiado -sólo el cambio es eterno, dijo Heráclito-, y queda poco de lo que ayer quedaba. No lo lamento, pues tal lamentación sería en vano, pero quise hablar de las posadas de antes no porque se hayan ido, sino porque me estoy yendo yo.
Empiezo a sentir nostalgia de mí mismo.
¡Hasta mañana!...