Mirador

El huerto de los duraznos ha florecido ya.
Lo miro desde la casa del Potrero y me parece ver el manto color de rosa de la Virgen.
Siento temor por estos arbolitos, niños todavía, que apenas empiezan a ensayar la promesa de su fruto. Con los primeros soles después del frío de enero abrieron sus capullos. No tienen la sabiduría del nogal, que sólo pinta su ramazón de verde cuando la última helada pasó ya. Si uno de estos días el invierno se acuerda de que aún es invierno, vendrá otra vez el cierzo y las flores de los pequeños durazneros morirán en flor.
Esta niña del rancho se llama Angelita, y es un ángel. La hago venir y le pido que trace a la distancia sobre el huerto la señal de la cruz. Dicen que si una criatura inocente hace eso los árboles se salvarán y darán fruto. Angelita bendice el huerto, y yo le correspondo dándole una cajita de chocolates. Ella no puede creer la magnificencia del regalo. Me mira con sus grandes ojos del color del cielo y luego me bendice como bendijo al huerto: hace sobre mí la señal de la cruz.
Con esa bendición espero salvarme yo también y dar mi fruto.
¡Hasta mañana!...