Mirador

Llueve.

Llueve sobre las tierras de labor en el Potrero 

de Ábrego.

La lluvia es suave y mansa. Parece caricia de mujer sobre el cuerpo del hombre al que ama. No hace ruido: quien hace bien el bien nunca hace ruido. Dice un antiguo y sabio dicho: “Dar limosna con tambor no agrada a Nuestro Señor”. 

Esta lluvia no es de tormenta o tempestad. No corre con escándalo por el arroyo, no es ruina del camino ni pone en riesgo las paredes y techos de las casas. Esta callada lluvia es buena; es agua de Dios. Penetra con lentitud en la tierra y la vivifica. Las raíces de las plantas y los árboles la beben igual que un bebé bebe la vida en en el seno de su madre. 

Cada gota de esta agua que viene del cielo -que viene del Cielo- estará mañana en los preciosos frutos que dan nuestras labores y nuestra labor: el maíz para las tortillas y el trigo para el pan; la avena y la cebada para los animales que nos ayudan en la tarea; las manzanas de oro y las ciruelas de púrpura; la redondeara pera evocadora de formas femeninas; los duraznos de terciopelo y miel.

Salgo a la lluvia y a mí también me vivifica. Ahora tengo el alma como niña que acaba de hacer la primera comunión.

¡Hasta mañana!...