Mirador

¡Qué natural es la naturaleza!

No toma en cuenta la voluntad de dioses ni de diosas. Tiene sus propias leyes, y se ajusta perennemente a ellas. Si los hombres las conocieran y acataran se evitarían muchas tragedias de las cuales culpan a la naturaleza, siendo que la naturaleza jamás es culpable de nada. 

Como cada año desde hace muchos años, muchos siglos, muchos milenios, la vida volvió a renacer con la llegada de la primavera. El huerto de los nogales, que en el invierno era una sucesión de manos esqueléticas levantadas al cielo, ahora es un jardín pintado de un jubiloso verde tierno. 

Paseo entre los árboles y me rodea el hálito de un renacer nuevo y eterno al mismo tiempo. Hombre del campo, conozco bien el ciclo: las frondas se colmarán en el verano, y asomará la promesa de la flor y el fruto. Rendida la cosecha, las hojas se pintarán con el color amarillo del otoño. Y luego las ramas quedarán desnudas, para volver a vestirse otra vez con la llegada de una nueva primavera.

Me pregunto si los hombres tenemos el mismo don del árbol. Si, como en el nogal, la muerte es apariencia, y una nueva vida es realidad.