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Parque de Morales

Por Jorge Chessal Palau

Mayo 27, 2024 03:00 a.m.

A

El 15 de abril de 2019 escribí en este mismo espacio un texto dedicado a la memoria de infancia en torno al Parque de Morales, a partir de una propuesta de la asociación Cambio de Ruta de convertir a ese lugar en área natural protegida.

De aquella ocasión recupero un par de fragmentos:

“La memoria me trae aquel Parque dividido en dos por un carril de circulación de vehículos de doble sentido, hoy convertido en andador peatonal, pero, que entonces, marcaba la frontera de dos vivencias distintas. Entrando por la avenida Venustiano Carranza, del lado derecho, teníamos, y tenemos aún hoy, esos juegos vetustos, añosos pero que, todavía, reciben la visita de niños que, como nosotros, los recorríamos todos, sin que faltara alguno; juegos de metal, de ese metal que se oxida, que es duro y que duele cuando pega, de ese metal que las delicadezas de la vida moderna han alejado del conocimiento de nuestros hijos pero que ha demostrado su inocuidad, pues aquí seguimos quienes usábamos columpios y resbaladillas (hoy, pomposamente, toboganes), sin que la vida nos fuera en ellos. A un lado de los juegos, un lago, pequeño y no siempre limpio, que hoy, como ayer, alberga algunos patos, héroes de la supervivencia; lago que, en la niñez, representaba la gran aventura dominical a bordo de una lancha de remos, en la que algunos probamos nuestras capacidades, aprendiendo a remar por aquellas aguas, inmensas a nuestro ver.”

“A la izquierda de la vialidad central (lado poniente del Parque, dirán los conocedores), alguna vez lleno de árboles y hoy herido y con grandes claros por una plaga mal cuidada, hubo, en el paso del tiempo, muchas atracciones para competir fraternalmente con el lado oriente. Había una fuente, grande, con chorros y caídas de agua que, de pronto y ante la decisión de alguno que tal vez prefería quedarse en casa los domingos, mandó quitar. Hubo también paseos en caballo, llevados de las riendas por un guía, que nos llevaba por entre troncos y copas de árboles generosos que nos daban su sombra y albergaban aves que cantaban todo el día, al igual que eran casa (aún hoy, de los que quedan) de enormes aves negras (zopilotes) que, en la mañana y en la tarde, al caer el sol, sobrevolaban en círculos el Parque, llamando la atención de todos. Llegaron a circular, en los caminos trazados en esa sección, dos trenes o, mejor dicho, dos locomotoras simuladas, una negra y una roja, tirando de dos vagones que transportaban cada uno no más de cinco o seis caras sonrientes de niños y adultos que, así, pasaban el domingo en familia. También, algunos recordarán, que llegaron a existir algunas pequeñas calesas para dos personas, tiradas por barbudos chivos y ponis, que, a la par de caballos y trenes, servían para tener un rato de paseo y olvidar que, al día siguiente, el despertador nos alzaría de la cama para ir a la escuela.”

Se me ocurre que, bajita la mano, el rescate de nuestro parque requiere por lo menos una evaluación de flora y fauna, inventario de especies presentes y evaluación del impacto de las intervenciones en la biodiversidad local, análisis de la calidad del suelo y del agua para detectar posibles contaminaciones y evaluar la capacidad de soporte del ecosistema, monitoreo de la calidad del aire para entender cómo las intervenciones pueden afectar la salud pública y el medio ambiente, análisis de temperaturas y humedad, planificación de sistemas de drenaje sostenible, estrategias para la limpieza y restauración del lago dentro del parque, análisis geotécnico, planificación de la remediación de suelos contaminados si se detectan problemas, evaluación de las áreas actualmente utilizadas y su adecuación para diferentes actividades recreativas, estudio de movilidad y accesibilidad, estudio sobre el parque de Morales como patrimonio cultural así como la elaboración de un plan a largo plazo para su mantenimiento y cuidado.

Sí al rescate del Parque de Morales pero bien hecho y en orden, como debe ser.

@jchessal