Plan C
Sin duda, el presidente AMLO se muestra como un estratega político consumado al reorientar condiciones adversas en posibilidades de triunfo que, a la postre, bien pudieran traducirse en el clásico dictum: “el que ríe al último ríe mejor”. Lo ha dejado en claro para quien tenga oídos y quiera escuchar: luego del jaloneo por el denominado plan B en materia electoral, plantea el fondo del asunto: lograr la continuación de la transformación institucional iniciada en 2018, cuestión que conlleva “no ceder un voto más a los conservadores” que, desesperados, no paran mientes con tal de recuperar fueros y privilegios. Ese es el Plan C, refiere AMLO, y eso recuerda que la lucha política, evocando a Gramsci, es una manifestación dual de tácticas y estrategias, de posturas de coyuntura y acciones de largo plazo cuya feliz combinación determinará el resultado esperado. Bajo esta premisa, bien pudiera entenderse que: mientras la oposición se entretiene en disputas que, ciertamente no son menores, en la estrategia de largo plazo, la que tiene que ver con prepararse para disputar la Presidencia de la República, siguen padeciendo la falta de un proyecto que se perciba con posibilidades de ganar en 2024.
Lo anterior implica que en la oposición ni siquiera lancen, ya no digamos campanas, sino alguna “campaña al vuelo” (no porque legalmente no se pueda, sino porque no hay tela de donde cortar para presentar algo más que aspavientos) que les prometa posibilidades de dar la pelea electoral. No hay personalidades que, hasta el momento, se perciban como competitivas. Apenas voces furiosas y estridentes como las de Lili Téllez o Germán Martínez, ambos legisladores que treparon al Senado de la República por invitación de AMLO y bajo las siglas de Morena, por cierto. ¿O será que, ante la falta de proyecto viable, los aspirantes de la oposición cifren sus esperanzas en vociferar con más estruendo y alharaca que debatir con razonabilidad y argumentos? En el caso del Plan B, falta aún camino por recorrer, luego de la resolución de un ministro de la Corte que, en solitario, decidió frenar una reforma en pro de la austeridad en ese organismo en el que Edmundo Jacobo, uno de los funcionarios electorales que ya se va, lo hace con la friolera de 10 millones de pesos de finiquito, y Lorenzo Córdova, el inefable exconsejero presidente, culmina viajando con cargo al erario al extranjero, además de exonerar al PRI por el escandaloso caso “Odebrecht”, aduciendo que así pasó con el caso “Amigos de Fox” en otro tiempo, como sugiriendo “¿para qué tanto brinco si de lo que se trata es que el suelo (de la impunidad) sea parejo?”.
Lo que AMLO adelanta es que, para el Plan C, en los términos apuntados, no habrá posibilidad de victoria opositora, por la sencilla razón de que esa oposición no ha logrado conectar con el sentir de la mayoría del pueblo, sino que se ha mantenido en posturas burocráticas y elitistas que han llevado a sus actores principales a disputas internas cada vez más degradantes, exhibiendo meros intereses de facción (allí está la confrontación, por estos días, entre altos mandos del PRI, por ejemplo). El caso del propio Lorenzo Córdova es emblemático: la mofa que hiciera de un representante indígena que solicitaba revisión de un proceso electoral, ejerciendo un acto de ofensiva discriminación y ostentándose con un dejo de arrogancia intelectual, sin entender que ese actuar es lo que hoy lo conduce al basurero de la historia. En contraste, el discurso de AMLO descansa en la referencia cotidiana de las luchas históricas de la gente, de sus saberes acumulados en distintos espacios y, por eso mismo, de la expectativa entusiasta que genera la continuidad de una alternativa y no de la mera alternancia empujada por grupos de poderes fácticos. Contra esas señas de identidad popular que se han forjado, está complicado que la oposición conservadora logre algo más que gritos y sombrerazos.