Plaza de almas

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Tú sabes bien, Armando, que vivo de escribir. Y sabes igualmente que para escribir vivo. Decir eso no es grandilocuencia: lo digo con la simplicidad del albañil que diría, si se lo preguntaran, que vive para poner ladrillos, y que de eso vive. La única diferencia entre él y yo es que sus ladrillos durarán más que mis escritos. Otros oficios he desempeñado aparte del de la pluma. Por casi medio siglo fui maestro -profesor, si quieres-, y en un tiempo cumplí tareas relacionadas con la abogacía, pues hice estudios de jurisprudencia. Todo eso me gustaba, de modo que lo hacía con gusto. He sido un privilegiado entre tantos que cada día salen de su casa al trabajo como si fueran a una galera de forzados. Se les ve en la cara. Para mí esto de escribir es un deleite. Créeme si te digo que de lunes a domingo estoy esperando a que amanezca para empezar a poner una palabra después de otra. Ésa es mi vocación fundamental, la que está en los cimientos de mi yo. Puedo mostrarte cuentos que escribí a los 10 años de edad. Algún destino extraño hizo que quedaran por ahí, y cuando me decidí a poner en orden mi desorden los hallé. Sentí ternura, lo confieso, al leer lo que escribió aquel niño que ahora me está mirando mientras escribo esto. No sé si su mirada es de reproche o de conmiseración. Las circunstancias me llevaron a escribir sobre política. Dices que no es el mejor tema, y dices bien. Siempre he desempeñado mi tarea con la certeza de vivir en un país donde hay libertad de expresión. He ejercido a plenitud ese derecho. Si te tomaras la fatigosa molestia de revisar lo que he escrito a lo largo de los años encontrarías que he criticado a todos los Presidentes del país, sin excepción alguna. Jamás sentí temor al hacer eso, salvo quizás algunas ocasiones en la época de Gustavo Díaz Ordaz. Ahora, Armando, empiezo a experimentar cierta inquietud con López Obrador. Sus continuos ataques a Reforma, el medio en el cual escribo en la Ciudad de México, encuentran eco en sus seguidores más fanáticos. Me lo dicen los correos, bajunos e injuriosos todos, que me envían sus incondicionales. En estos últimos días, exasperado por comentarios recientes en este y otros diarios, el Presidente lanzó a sus críticos una advertencia amenazante: “Que se vayan preparando, porque estoy buscando la manera de que cooperen -”o cuello”, le faltó decir- porque el atacarme es para ellos una empresa lucrativa. De lo que les pagan, porque es prensa vendida o alquilada, que ayuden para una causa justa. Ya con eso mantienen su permiso o su licencia para seguirme atacando”. Esas palabras, con todo y ser absurdas, son ominosas, suenan a amenaza. Quien las dice se aparta no sólo de la razón, sino también de la legalidad. Está claro que a nadie se puede imponer un tributo por ejercer su libertad. Yo escribo en periódicos. Gano por eso un legítimo salario. Ninguna otra percepción obtengo de nadie aparte de ésa. Pago puntualmente mis impuestos. He calculado que los primero cuatro meses de mi labor son para el fisco. Hasta mayo empiezo a percibir ingresos para mi familia y para mí. Quiero pensar que la baladronada de AMLO es mero desahogo visceral, y que no pasará de ser una bravata. Preocupa, sin embargo, el talante de quien profiere tal insensatez. El derecho a la libre expresión está bajo amenaza en el régimen de la 4T. Ya te dije, sobrino, que vivo de escribir, y que escribiendo vivo. Lo seguiré haciendo como hasta ahora mientras tenga la vida y la salud. Jamás me iré de México. Aquí nací y aquí espero morir. Pero te lo repito: empiezo a sentir cierta inquietud con López Obrador. FIN.