Poeta para días nublados
Hay escritores para recordar en días nublados. Las horas grises tienen algo de melancolía, pero también están impregnados de la alegría de los maduros: esa que es tranquila y natural, sin euforias ni desboques. Pienso por ejemplo en García Lorca, que se presta bien para ser leído cuando hay nostalgia y gozo mezclado. Pareciera que el poeta adivinaba que la muerte se lo llevaría todavía joven, completamente a destiempo; así que vivió y escribió como si la hora final fuese una amigable compañía y la aceptara no nada más por resignación, sino con agradecimiento por no dejarlo solo.
En García Lorca puede adivinarse el tormento de saberse diferente, de sentirse no aceptado por su infantil entusiasmo por la vida, por su gusto por los hombres. Pocos poetas hay tan descastados, tan fuera de lugar como él. Y sin embargo, nada le hace rechazar la vida, ni el deseo de seguir sintiendo aún después muerto: “Si muero/dejad el balcón abierto./El niño come naranjas/ desde mi balcón lo veo./El segador siega el trigo/ desde mi balcón lo siento/¡Si muero, dejad el balcón abierto!”
A García Lorca vale recordarlo cuando el corazón está roto. De joven, se enamoró de Salvador Dalí. Su relación fue cercana y profunda. Fueron almas gemelas, pero, según Dalí, únicamente platónicas. Coqueteo hubo, tal y como consta en las cartas entre ellos que aún se conservan. Luego, la concepción que cada uno tenía del arte los separó. García Lorca siempre pensó que Un Perro Andaluz, creación conjunta entre el pintor y Luis Buñuel, era una referencia ofensiva a él. Años después se reencontraron, y según el poeta, se comprobó que ambos estaban hechos el uno para el otro. Tal vez lo eran, tal vez no: el día que le comunicaron a Dalí sobre el asesinato de Lorca, lo único que dijo fue ¡Olé!, como si acabara de presenciar el final de una magna corrida de toros.
Mas adelante, Emilio Aladrén, su pareja por dos años, le dejó y el poeta se sumió en una profunda depresión que le llevó a dejar España por un tiempo. Se fue a Nueva York con su pluma y como resultado tenemos Poeta en Nueva York, una poemario de lo más cautivador y en el cual se incluye “La Aurora” con ese tristísimo verso: “La aurora llega y nadie la recibe en su boca/porque allí no hay mañana ni esperanza posible”.
Este mismo dolor lo tuvo después, cuanto terminó su relación con Rafael Rodríguez Rapún, y finalmente con Eduardo Rodríguez Vadivieso, su último amor en Granada. Así, pareciera que en la vida de García Lorca lo que ganó el desamor, pero o cierto es que tan inmenso dolor, únicamente puede vivirse cuando hay un profundo amor de por medio. Lorca así lo entendió, porque de otra manera no hubiera podido escribir aquél Romance Sonámbulo, con el famoso “Verde, que te quiero verde”.
Hay una serie española que se llama El Ministerio del Tiempo. Trata sobre una supuesta oficina gubernamental creada desde tiempos ancestrales para regular el acceso a unas puertas secretas que permiten viajar a diferentes períodos de la historia española. En un par de capítulos, los agentes del ministerio visitan a García Lorca, primero en su residencia en Madrid, en pleno auge de la Generación del 27 y luego cuando en contra de las reglas, un agente lleva a Federico al futuro, para tratarlo de convencer de que evite a toda costa volver a Granada, porque ahí lo detendrán y lo matarán. En la ficción el poeta entiende que su obra será inmortal al ver en un tableado su poema musicalizado y cantado por muchos españoles. Así sabe que él quizá muera, pero su amor por la vida y su obra serán inmortales. Aunque en la vida real el poeta jamás adivinó su propia muerte, quizá en algo la vida le hizo presagiar que su tinta acabaría, pero que estaríamos muchos aquí, en días nublados que parecen sueño, acordándonos de él y pensando que: “El sueño va sobre el tiempo/ flotando como un velero./Nadie puede abrir semillas/en el corazón del sueño.”



