Prohibiciones
Los fanáticos nunca aprenderán, aunque esté escrito en letras de oro sobre el firmamento: es la prohibición lo que hace algo precioso.
Mark Twain
Ya escribía don José María de Cossío que la contienda sobre la licitud y conveniencia de la tauromaquia, los ciclos de censura y defensa, “durarán tanto como dure la Fiesta”. Esta sentencia la construye dentro de un marco conceptual, a mi parecer, muy pertinente: “la historia de la sensibilidad”, es decir, “la desembocadura de toda la cultura que la humanidad viene acumulando”. Las sensibilidades de cada tiempo y lugar --o de unos y otros en el mismo contexto-- son, al fin y al cabo, perspectivas emocionales y sentimentales, no razón, ni valores éticos o estéticos. Siempre hemos resistido: las normas que han intentado coartar filiaciones arraigadas en el alma cultural de algunos sectores de la sociedad, terminan por fracasar.
Poca gente sabe que, más cerca en el tiempo que aquellos condenadores que quisieron ver al circo romano en los Toros, fue un cardenal de patronímico Torquemada uno de los primeros antitaurinos. Habiendo fijado el argumento de que es un acto contra Dios arriesgar la vida, queda inaugurada la corriente dogmática que seguirán muchas autoridades eclesiásticas y civiles en los siglos posteriores. Como es natural, esto tuvo sus efectos en la Nueva España, en donde se celebraron diversos concilios que proscribían a los religiosos de los festejos taurinos; sin embargo, muchos frailes se resistieron a tales mandatos y mantuvieron, en silenciosa rebeldía, su afición. Resistimos entonces: el tiempo terminó por hacer olvidar las normas impuestas contra los taurinos virreinales.
Algo similar, en lo temporal, en lo espacial y en lo consecuencial, sucedió con las prohibiciones del vino en nuestro territorio: hacer ilegal la producción, la comercialización y el consumo de espirituosos ha tenido una evolución según los intereses políticos, económicos y religiosos que hayan visto breva en el asunto: en el periodo referido, las restricciones se implementaron como método de control social, en especial de la población indígena y, también, con el propósito de dirigir la recaudación fiscal. Sin embargo, resistimos entonces: como era de esperarse, el contrabando y la producción clandestina desafiaron y doblegaron estas normativas.
Con el movimiento independentista de 1821, el control estatal sobre la producción y distribución del alcohol se relajó parcialmente, pero siguió habiendo regulaciones que reflejaban preocupaciones de casi todos los ámbitos de control. Lejos de eliminar el consumo de vino, las prohibiciones históricas contribuyeron a la consolidación de mercados clandestinos y a la normalización de estrategias para evadir las imposiciones. Resistimos entonces: la preceptiva de la vitivinicultura en México ha sido un reflejo de las eternas tensiones entre las apetencias del poder y la autodeterminación popular, que termina siempre por celebrar la vida de la manera que mejor le parece.
Hoy nos toca vivir un ciclo, quizás el más insidioso de nuestras vidas, en donde se pretende aniquilar la raza del toro bravo, nuestras tradiciones, nuestra cultura y nuestra libertad con base en una particular sensibilidad; sin embargo, si miramos hacia el pasado, no es ni el más virulento ni será el definitivo, como muchos taurinos lo están temiendo: en otras épocas el arte y ejercicio del toreo eran motivo de excomunión o se condenaba a muerte a quien matara a una vaca. Dado que las acciones de los enemigos de nuestra legítima forma de vida están encerradas en la ignorancia, en la megalomanía y en la incoherencia, confío en que esta sima será breve y saldremos reforzados y renovados de ella. Resistiremos, sin duda, cada uno desde su trinchera; eso sí, alzando una copa de buen vino: ¡larga vida y gloria eterna a la tauromaquia!
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