logo pulso
PSL Logo

Resiliencia

Por Alfredo Oria

Junio 14, 2024 03:00 a.m.

A

A la más reciente Feria de Isidro en Las Ventas asistieron por encima de medio millón de personas. Billetes agotados en 27 festejos. Las transmisiones recogieron una audiencia televisiva promedio mayor al 11%, llegando el 8 de junio hasta el 17%. Hasta cinco veces abrió en este ciclo su Puerta Grande la plaza que ideó Joselito. Estos números representan los mayores registros de los últimos diez años.

La Plaza México se vio colmada hasta el reloj el 5 de febrero pasado, en la despedida de Pablo Hermoso de Mendoza, luego de un periodo en el que, todos lo padecimos, había permanecido cerrada. Para tener una referencia de lo que implica juntar a cincuenta mil personas en un espectáculo, podemos comparar con el concierto que dio en el Foro Sol la cantante de pop más global del siglo, una artista que tiene récords históricos y más de 500 millones de seguidores: reunió hace unos meses en una noche a 58,000 asistentes.

Para una época de supuesta contracción, de abandono en los medios masivos de comunicación, de ataques desde la política y la ideología, de desinformación sistemática, de intolerancia e hipersensibilidad, para tiempos de crisis (que, por cierto, no son nada nuevo bajo el sol de las cinco de la tarde) la Fiesta parecería gozar de buena salud.

De ninguna manera pretendo repartir albricias, descorchar el champán o encender el puro de la victoria, ni siquiera estar tranquilo, pero las cifras anteriores aparecen como rayos crepusculares entre los cielos encapotados del futuro de la tauromaquia. Quizás no todo está perdido, como pregonan por las esquinas los enemigos del toro de lidia.

Al otro costado del espectro de nuestros intereses, el vino, ha sucedido algo similar. Aunque el consumo se desalienta de otras maneras, no tan frontales, agresivas y absurdas como en la Fiesta, tiene en sus administradores públicos a sus peores enemigos: llamar falta de apoyo al viñedo en México por parte de los distintos niveles de gobierno es un mero eufemismo. El productor mexicano honesto y comprometido enfrenta un verdadero sabotaje si lo comparamos con otros países hispanoamericanos como Chile, sin nombrar a los miembros de la Comunidad Europea, en donde los procesos y exportaciones muchas veces están subvencionados.

Tanto los impuestos especiales como la omisión de impuestos diferenciados en toda la cadena productiva y comercial hacen que el vino mexicano sea muy poco competitivo por precio. Esto genera que la percepción de calidad, naturalmente, disminuya: la idea de que “el vino mexicano es bueno, pero caro” se ha vuelto un tópico. Aunque el impacto de las cargas fiscales y las regulaciones para los importadores no es tan hiperbólico como para los viticultores, dista mucho de ser justo en términos regionales y mundiales. Por otro lado, están los embotelladores desleales, que venden como vino mexicano caldos traídos de otras zonas. Una práctica común, incluso en marcas de renombre.

A pesar de tener que lidiar con este Miguel Reta, el vino ha incrementado su consumo per cápita en nuestro país de medio litro a un litro en menos de un decenio, uno de los mayores registros globales, y la categoría de vino mexicano pasó de ser una quinta parte a una tercera como participación en el mercado. Cifras no sólo alentadoras, sino luminosas.

La capacidad que tienen estos dos productos culturales de sobreponerse a condiciones adversas y no sólo sobrevivir, sino prosperar me hace pensar en un par de símbolos que pueden bien representar a cada uno de ellos: el toro bravo que se crece ante el castigo y la vid que florece en el desierto potosino.

@tusimposiarca

@anticuariodevinos

aloria23@yahoo.com