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RESONANCIAS

Por Juan José Rodríguez

Septiembre 19, 2024 03:00 a.m.

A

Leí El Emperador de Ryszard Kapuscinski hace algo más de cuarenta años. Me lo regaló Fernando Silva Nieto. Al paso del tiempo se convirtió en uno de los libros que más he regalado y que releo de vez en cuando. Hace algunas semanas salió a relucir en una conversación de amigos y me dieron ganas de volverlo a leer, tantas que tuve que comprarlo nuevamente pues mi viejo ejemplar no apareció por ningún lado. Sería la tercera o cuarta vez que recorriera sus páginas. Así lo hice, pero esta vez me encontré con algo que nunca antes me había ocurrido. Frases, oraciones, líneas, párrafos, tratamientos, títulos, dignidades, me sonaron con resonancias locales; con tonalidades potosinas de hoy.

El Emperador es un libro singular. A ratos crónica, a ratos reportaje y a ratos literatura de gran calibre. Su contenido se basa en numerosas entrevistas que su autor, uno de los mayores periodistas que el mundo ha conocido, llevó a cabo con antiguos colaboradores de alto rango y simples sirvientes del ya para entonces derrocado y asesinado emperador de Etiopía, Haile Selassie, quien gobernó su país entre 1930 y 1974 como monarca absolutista.

Reproduzco algunos pasajes escogidos sobre la marcha, sin más criterio que al leerlos me hicieron pensar en circunstancias de nuestra vida pública. Prescindo de las comillas.

¡Dios, sálvame de aquellos que, arrastrándose de rodillas, ocultan el cuchillo que querrían clavarme en la espalda!

Si algún ministro sabio y capaz quería introducir en su campo alguna reforma, por más insignificante que fuese, debía dirigir el asunto de tal modo, debía enfocarlo, formularlo y presentarlo al Emperador en tales términos, que resultase obvio, evidente e incuestionable que Su Majestad Imperial era el gentil y solícito iniciador, autor y defensor a ultranza de la mejora, aunque en realidad, en aquel asunto Nuestro Señor no supiera de qué se trataba exactamente.

El Rey de Reyes prefería malos ministros. Y los prefería porque a Su Majestad le gustaba que el contraste lo hiciera sobresalir a él. 

En palacio la magnitud del poder no estaba fijada según la jerarquía de los cargos sino por el grado de acceso al Honorabilísimo Señor. Ese era el esquema de funcionamiento en palacio de puertas adentro. Se decía, el más importante es aquel que con más frecuencia accede a la oreja imperial. Por aquella oreja las camarillas se enzarzaban en las luchas más encarnizadas.

Alguien que tuviese buen olfato y oído fino no dejaría de percibir cómo nuestro palacio olía y sonaba a dinero.

Me viene a la memoria cuando, tras acabar de construirse el palacio imperial llamado Genete Leul, Nuestro Señor pagó los sueldos a los ingenieros extranjeros sin, por otra parte, mostrar la misma disposición hacía nuestros albañiles. Estos primitivos se congregaron ante la fachada del palacio por ellos construido y se pusieron a pedir que se les pagase lo acordado. Entonces, en el balcón apareció El Gran Chambelán de la corte, instándolos a que pasasen a la parte trasera del palacio, donde el Magnánimo Señor les arrojaría el dinero. Jubilosa, la multitud se trasladó al lugar indicado, lo cual posibilitó a Su Suprema Majestad salir sin obstáculos por la puerta principal y dirigirse hacia el Palacio Viejo, donde ya lo esperaba, sumisa, toda la corte.

El trono irradia dignidad, pero solo por contraste con la sumisión que lo rodea; es la sumisión de los súbditos lo que crea su superioridad y le da sentido.

En el Imperio, cualquier gasto que sobrepasara los diez dólares exigía su aprobación personal; y si algún ministro acudía a él para pedir permiso, aunque fuera para gastar un dólar, a buen seguro que podía contar con su elogio.

Nuestro Bondadoso Monarca arrojaba cuatro monedas a los pobres mientras que a la gente de palacio le concedía grandes beneficios. Le regalaba fortunas.

No recuerdo ningún caso en que el Generoso Monarca le retirase el nombramiento a alguien o que le apretara las tuercas por motivos de corrupción. ¡Que se corrompiese cuánto quisiese, pero, eso sí, que demostrase su lealtad! Nuestro Monarca, gracias a su inigualable memoria y también a las denuncias que sin cesar afluían, sabía perfectamente cuánto poseía cada cual, pero esa contabilidad se la reservaba para sí y nunca hizo uso de ella si el comportamiento del súbdito era leal.

No obstante, se produjo en palacio un caso insólito, a saber: uno de nuestros patriotas más nobles, gran jefe de la guerrilla en los años de la guerra contra Mussolini, Tekele Wolda Hawariat, nada amigo del emperador, siempre rehusó aceptar regalos, por muy generosos que fueran, rechazó privilegios y nunca mostró inclinación alguna hacia la corrupción. A éste, Nuestro Magnánimo Señor lo tuvo encarcelado largos años y finalmente lo mando decapitar. 

La corte estaba llena de dignatarios (y empresarios, agregaría yo, JJR) que se partían en dos afanosamente y sin el menor orden horario: bastaba que se presentara la oportunidad, y a aquella flexibilidad corporal no los empujaba una causa mayor sino única y exclusivamente la lisonja, el servilismo y la esperanza de conseguir ascensos o donativos.

Algunas veces su Majestad respondía a aquella avidez con una regañina bondadosa, pero nunca con la ira, porque sabía que gracias al arca abierta ellos cerraban filas más apretadas a su alrededor y le servían con mayor sumisión. Nuestro emperador sabía que el saciado defendería la hartura y ¿qué mejor sitio para saciarse que palacio? Al fin y al cabo, el propio monarca cultivaba también esa hartura por la que hoy arman tanto revuelo los destructivos enemigos del imperio. 

Cuanto más se acercaba el fin, tanto más atroz se volvía el pillaje y nada frenaba la rapiña.

Y tal fiebre se apoderó del palacio, tal rebato se desencadenó sobre el arca que incluso si alguien no se sentía tentado a amasar una fortuna, otros lo animaban y hasta forzaban con tal insistencia que, finalmente, para que lo dejaran en paz y para mostrarse digno, también acababa metiéndose algo en el bolsillo.

Y decir muy seguro de sí mismo: ¡de rodillas, nación afeminada!

De todas formas, no tenía ninguna importancia que el funcionario estuviera o no a la altura de su cargo, siempre y cuando mostrase lealtad a toda prueba. El Bondadoso Señor brindaba favor y protección a ministros que no se distinguían por una mente lúcida y perspicaz.

Nuestro Señor, de todos modos, tenía la costumbre de cambiar de cartera a sus ministros cada dos por tres, y lo hacía para que no tuvieran tiempo de apoltronarse ni de rodearse de parientes y paisanos.

Nuestro Señor, aunque le disgustaba tener santos en su círculo de allegados, le perdonaba esa debilidad porque sabía que aquél favorito tan raro no tenía tiempo de preocuparse por su bolsillo, pues todo él vivía con un único propósito: ¡servir al Emperador lo mejor posible!

Las citas aparecen en el mismo orden que tienen en el libro. Hay muchas más que vendrían al caso, pero por hoy el espacio se agota. Con todo, no resisto la tentación de plasmar aquí el medio centenar de tratamientos, recogidos por Kapuscinski, que sus antiguos súbditos daban a Selassie. Algunos son insuperables. Vea usted: 

Rey de Reyes, León de Judá, El Elegido de Dios, Muy Altísimo Señor, Su Más Sublime Majestad, Ilustre Señor, Nuestro Señor, Su Suprema Majestad, Su Venerable Majestad, Venerable Señor, Insigne Señor, Honorable Señor, Reverenciado Señor, Gran Señor, Bondadoso Señor, Digno Señor, Grande y Poderoso Señor, Inigualable Señor, Su Graciosa Majestad, Su Más Extraordinaria Majestad, El Más Extraordinario Señor, La Primerísima Persona, Honorabilísimo Monarca, Digno Señor, Noble Señor, El Bienhechor, Nobilísimo Señor, Su Magnánima Majestad, Su Majestad Imperial, Excelentísimo Señor, Su Venerable Majestad, Elegido de Dios, El Misericordioso Señor, El Nunca Suficientemente Llorado Señor, Nuestro Infatigable Señor, El Misericordioso Señor, El Magnánimo Señor, Su Distinguida Majestad, Excelso Señor, El Más Noble de los Señores, Su Incansable Majestad, Distinguidísimo Señor, Su Augusta Majestad, Nuestro Más Extraordinario Soberano, El Perspicaz Señor, El Valiente Señor, Nuestro Magnífico Señor y Nuestra más Exaltada Majestad.

A ver si en el Palacio de aquí no se les antoja adoptar algunos. Total.

COMPRIMIDOS

Si los médicos y pacientes del Hospital Central tuvieran un Amigo de la Pala, seguro les hubiera dicho “No se apuren, ahorita cancelo a Bronco y de volada les surto lo que necesitan”.  Pero no, sí tienen un amigo, pero es burócrata y les salió conque “mi ventanilla ya está cerrada, pasen a la que sigue”.

Está muy extraño el asunto. Dijo el gobernador la semana pasada que pronto hará cambios o enroques que involucran “la Secretaría más importante” de su gabinete, lo que por usos y costumbres aludiría a la General de Gobierno, o sea que Uñas Largas estaría por cambiar de aires. Pero cabe la posibilidad de que en la cabeza de Gallardo Cardona la más importante sea otra, con lo cual podrá no cambiarlo, pero automáticamente degradó al susodicho. Al enemigo del maniquiur, para que no haya confusiones.

Sara Rocha deberá de andarse con mucho cuidado en eso de las expulsiones de militantes críticos o desobedientes. La única que le queda para expulsar es a Frinné, de manera que si saca otra tarjeta roja será para sí misma. Ya no tiene a quién más.

En el asunto del diputado plurinominal panista Marcelino Rivera Hernández y la negativa de la mesa directiva saliente del Congreso para tomarle protesta, no sé de momento a quién asiste la razón jurídica. No tardaré en saberlo, pero lo que sí sé es que admitir en su lugar a su suplente Enrique Gerardo Ortiz para que de inmediato se dijera dispuesto a sumarse a alguna de las fracciones del oficialismo no es una jugada política astuta o hábil. Es una vil marranada. Les diría López Obrador en una de sus clásicas invectivas: “¡Cochinos, marranos, cerdos, puercos, trompudos!”

Por cierto, hace algunas semanas desde rumbos partidistas se hizo saber que Héctor Serrano sería el coordinador de las bancadas del Verde y del PT. Por lo que se ve, alguien aquí se aceleró y salió a propalar algo que no estaba amarrado. Con la cola entre las patas el propio Serrano tuvo que salir a declarar que después de platicarlo con el líder nacional del Partido del Trabajo, su fracción legislativa tendría su propia coordinadora. Andaban de soflameros sin acordarse de que el PT tiene dueño.

No sé quién será el sastre al que nuestros neocharros le mandan hacer sus trajes de gala, pero como dicen en las mañaneras “se está rayando”. Sin duda es bueno, pero no hace milagros. Nomás no le pudo quitar la silueta de chile relleno al forastero ese que por quedar bien con Su Más Sublime Majestad es capaz de disfrazarse hasta de caballo. 

Hasta el próximo jueves.