Socarronerías

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Don Gerontino, señor de edad provecta, casó con Dulcimela, doncella también de muchos calendarios y además muy púdica. Ella había aceptado el desposorio a condición de que el matrimonio fuera blanco, es decir sin relación carnal, sólo para brindarse mutua compañía en la vejez. Él admitió la cláusula. Dijo: “No hay problema. Al fin y al cabo desde hace mucho tiempo sufro de impotencia”. Grande fue por lo tanto la sorpresa que se llevó la pudorosa novia cuando en la noche de las nupcias su añoso galán la requirió de amores en forma que no dejaba lugar a dudas acerca de sus aptitudes. “¡Pero, don Gerontino! -se azaró Dulcimela-. ¡Usted me aseguró que era impotente!”. “Sí -confirmó él-. Lo que pasa es que soy asintomático”... El cuento que sigue trata de un hombre llamado Descarino, cínico y desfachatado. Se pasó una luz roja, y un oficial de tránsito hizo que se detuviera. Le preguntó, severo: “¿Qué pasó con el rojo?”. Le contestó el infractor: “Lo cambié por éste azul con azulito”. Inquirió el agente: “¿Qué no vio el semáforo?”. “Sí lo vi -repuso Descarino-. Al que no te vi fue a ti”. Solicitó el oficial: “Muéstreme sus papeles”. Replicó él: “Papeles los que estamos haciendo aquí estorbando el tránsito”. “No se haga tonto -se enfadó el de la patrulla-. Me refiero a sus documentos”. “Ah, vaya -contestó el individuo-. Traigo cheques, letras de cambio y pagarés. ¿De cuáles quieres?”. Amenazó el agente: “Le voy a quitar la placa”. “¡No la friegues, manito! -suplicó el majadero-. ¡Voy a una carne asada!”. El oficial se exasperó. “Lo voy a llevar al bote”. “¿Para qué? -contestó el cínico-. Ni remos traemos”. “Acompáñeme” -le ordenó el agente. “Lo haría con mucho gusto -manifestó Descario-, pero dejé la guitarra en la casa”. Al ver que no podía con el cinismo del sujeto el oficial, desesperado, optó por mejor dejarlo en paz. No quiero establecer comparaciones, pero no he podido explicarme la actitud de López Obrador cuando dijo que no sabía de la existencia del Conapred. Si tal desconocimiento es verdadero implica una falla presidencial de consideración; si lo que dijo es falso entonces equivale a una mentira que no cabe en labios de un Presidente. En ambos casos lo dicho por AMLO fue falta de respeto a quienes forman parte de ese importante organismo fundado por un gran mexicano, don Gilberto Rincón Gallardo, uno de los mejores hombres que en mi vida he conocido. A sus ocurrencias casi cotidianas añade a veces López Obrador algunas socarronerías que no cuadran muy bien con su investidura. Quizá la declaración que comento fue una de ellas... En una película inglesa Babalucas vio a un lord inglés que se calaba su monóculo. “¿Qué es eso?” -le preguntó intrigado el badulaque al amigo que lo acompañaba. Respondió el otro: “Se llama ‘monóculo’”. Babalucas volvió a preguntar; “¿Y entonces por qué se lo pone ahí?”. El padre Arsilio tenía buena amistad con el rabino Alther. Un día le pidió que lo sustituyera en el confesonario, pues el obispo lo había llamado con urgencia y no podía desatender a sus feligreses. El rabino, hombre de buena voluntad, aceptó dar ayuda a su amigo sacerdote, y después de recibir de él algunas instrucciones se puso a escuchar las culpas de los penitentes. Una muchacha le dijo: “Acúsome, padre, de que anoche hice el amor con mi novio”. Le indicó el rabino: “De penitencia rezarás 500 padrenuestros y dejarás 500 pesos en la caja de las limosnas”. “¡Cómo! -se asustó la chica-. Por el mismo pecado el padre Arsilio me impone de penitencia nada más 10 padrenuestros y 10  pesos de limosna”. Replicó el rabino: “Es que él no sabe lo sabroso que es eso que haces con tu novio”. FIN.