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Suspenso

Por Yolanda Camacho Zapata

Abril 04, 2023 03:00 a.m.

A

El sábado pasado fue noche de juegos. Fuimos a cenar con unos compas que tienen la mayor colección de juegos de mesa de la que se tenga memoria en la historia de San Luis. ¿Juegos de matemáticas? Tienen varios ¿Arquitectura, Geografía? Igual,  ¿Adivinanzas, destreza física? Ellos los tienen.  Yo creo que las personas que gustan coleccionar juegos de mesa, adquieren una capacidad especial para definir qué tipo de juego es el apropiado para cada grupo de invitados. En este caso, el común denominador era la academia y  que todos de una u otra manera, acabábamos de pasar situaciones tempestuosas.

 Así, pareció oportuno presentar un juego apto para equilibristas, que debido a una muy literal traducción fue nombrado “Suspenso” y aunque no tiene nada de misterioso, sí tiene que ve con acomodar varios alambres gruesos de diferentes medidas y diferentes calados, sobre una alambre fijo del cual pende otro alambre y  de esta manera, se va formando una estructura colgante a la cual se van agregando piezas por turnos de cada participante, hasta que queda una especie de escultura completa suspendida. Da la idea de jugar algo así como palillos chinos, pero voladores.  El juego no amerita mayor ciencia, pero al momento de estar ahí, con dos alambres que por fin encontraron su equilibro y tratando de incluir un tercer elemento que romperá el balance y que quizá destruya toda la estructura que entre los participantes se había construido, sí hace que a uno le suden las manos y es inevitable que aparezca un ligero temblor en el cuerpo. Al tratar de colgar uno de los alambres, pequeño y con únicamente dos hendiduras que no estaban simétricamente colocadas, pensé que en realidad, ese juego se parecía mucho a la vida: de pronto pensamos que tenemos todo perfectamente equilibrado, que las redes que hemos construido son firmes como la Muralla China y de repente ¡zaz! Queriéndolo o no (poque en esta vida las cosas de repente aparecen sin siquiera saber que existían), se introduce un elemento nuevo que pone en riesgo el añorado balance y que incluso puede deshacer todo lo que se había construido, en un tris-tras. 

Recordé varias historias post pandémicas con las que me he topado y que van desde la pérdida de la estabilidad económica, pasando por la pérdida de la salud en donde el Covid sigue apareciendo en forma de secuelas varias, como una memoria poco confiable o el cambio de sabores que toda la vida habían estado ahí y que ahora simplemente resultan desagradables; o enfrentar por primera vez estados frágiles emocionalmente hablando y que han orillado a tocar, por primera vez, la puerta de psicólogos y psiquiatras para entender qué demonios está pasando. Todo mundo tenía una estructura que bien que mal ahí estaba, funcionando y balanceándose, pero que de pronto gracias a los encierros a los que el virus nos orilló, comenzaron a moverse peligrosamente sin que uno supiera cómo proteger aquello que sentíamos seguro. Ahora nos damos cuenta que de seguro no había nada y que mucho pendía de un hilito delgadito que hacía maravillas por aguantar todo lo que le íbamos colgando. Entonces, de una manera dura pero inevitable, las estructuras se nos movieron y nos hemos obligado a reconstruir nuevos equilibrios a lograr nuevos balances y a jugar con piezas nuevas. Y en esas estamos, así como ese grupo de compas con los que cenamos y jugamos el sábado, aprendiendo entre todos a sostenernos de nuevos ganchos.

Sigo creyendo que algo nos rompió la pandemia, algo que quizá todavía ni nombre tiene, y por eso estamos aquí todos, jugándole al malabarista, tratando de colgar las piezas que tenemos, encontrando otras que teníamos olvidadas o perdidas y haciendo cada quien lo mejor que puede. En cada pieza que colgamos existe un poco de vértigo y un mucho de adrenalina que inevitablemente nos recuerdan que seguimos vivos, que todavía tenemos piezas que colgar y que hay una mística belleza al vivir suspendidos.