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Tributo

Por Marta Ocaña

Junio 02, 2021 03:00 a.m.

El festejo de un fin de cursos, la fecha de mi cumpleaños y la despedida a un gran amigo, fueron el marco de un lapso de no más de cinco días, en esta reciente etapa de pandemia, etiquetada con semáforo verde. Acudí a la cita con un grupo de amigos que formé mientras cursaba mi tercer posgrado. 

Nuestra relación nos había dado un rostro, una voz y un texto que nos hizo familiarizarnos con cada uno a través de la virtualidad. Y en ella, entre la confusión que se formaba con el cruce de opiniones sobre temas académicos y la camaradería que se tejía entrega tras entrega, ensayo tras ensayo, fuimos dibujando personalidades, carácter, sentido del humor, generación y género.

Oscilantes y con semáforos cambiantes de alerta máxima a naranjas y amarillos de diferente graduación, no había sido fácil definir hora, lugar y tiempo. La mayoría vivíamos en aldeas lejanas unas de otras y distantes aún para los de la “CD de Mex”. Empezamos por coincidir en el tiempo mientras llegaba la definición del espacio que nos reuniría a los ocho, entre la brisa marina y unas olas que si bien distantes, parecían reventar a unos pasos de nuestras ventanas.

Viajamos en bloques desde la capital mexicana y el bajío hasta coincidir a las puertas de una casa en la riviera nayarita. Detrás de esas rejas, entre dos estanques de nenúfares, dimos vida a las proyecciones arrojadas vía zoom o mensajes de texto. Conectamos ritmos, tonos y timbres de voz, estatura, edad y corpulencia para cada uno de nosotros. 

La magia de la tecnología nos había reunido gracias a nuestro interés por el posgrado y por el simple hecho de tener interlocutores temáticos alrededor del arte moderno y contemporáneo, y desde nuestro incipiente o profundo conocimiento del mismo. Mientras, la perspectiva de género la defendía audazmente, un solo varón.

Durante un fin de semana bajo esa palapa, hicimos más de polemizar sobre Pollock y los expresionistas abstractos: hilamos historias humanas desde circunstancias tan diversas como integrantes del grupo que meses antes bautizamos como “Enredarte”. Aislados irónicamente de la tecnología que nos había conectado, sin google ni otras herramientas tomamos el reto de estar con gente prácticamente desconocida, pero que se había constituido en la dosis de energía para no claudicar antes de una investigación o un examen sobre cine o teorías del arte. Además de la elaboración de un Manifiesto que nos diera el rumbo.

Regresé a casa con un delicioso sabor de boca al encontrar gente tan generosa intelectual y materialmente que desde mi posición había surgido de la nada y solo del gusto ingenuo de la vida y sus manifestaciones artísticas. Así, diseñadoras, arquitecta, comunicóloga, mercadología, abogado y curadora preparamos el telar en donde habrán de surgir proyectos valiosos no tan solo para este grupo atrevido a cruzar kilómetros en una aventura más que posmoderna: un híbrido entre generaciones que nos hermanaron en este primer momento en el que además celebramos mi cumpleaños.

La despedida coincidió con el fallecimiento en fecha, de un gran amigo. Max García, quien supo sonreír siempre. Siempre a pesar de la pandemia, a pesar de las políticas económicas sufridas en carne propia, de la enfermedad y de otras adversidades que siempre acompañan a la especie humana. Max se fue heredándonos en su sonrisa, la paz que debemos buscar en casa, con la familia los amigos, los enemigos y los desconocidos que eventualmente se vuelven conocidos, viviendo en la confianza de que todos tenemos algo bueno que dar.

Este escrito es un tributo a la vida: por el contraste y la posibilidad de volver a creer en ella.