Un año
Desde un balcón imaginario miro al mundo.
Desde lo alto busco a los andantes y a los choferes
Pero sus rostros no cuentan mucho.
Lo que manejan hablan a sus anchas por el alto parlante.
Los otros, vacían sus ojos en las pantallas de sus celulares mientras el autobús los lleva a su destino. No pueden hablarse para pasar el rato.
Se escuchan a medias debajo del cubre bocas.
Evitan el riesgo del contagio y prefieren regresar al tecleo infinito de su dispositivo
Ahí la realidad desaparece. Y reaparece disfrazada de normalidad anormal en donde la pandemia no tiene presencia o es una pandemia saludable.
¿Realidad o sueño?
De a poco vamos perdiendo el sentido de lo que era el ritmo antes de pandemia.
Nos vamos acostumbrado a la ausencia del tacto.
De los besos y los abrazos.
Nos queda el alboroto de otro siglo en el que algunos vivimos.
Otros no recuerdan.
Otros tantos no recordarán.
A mí y a muchos nos queda el relato de otro mundo.
En donde el aire era solo una materia inerte y no un vehículo que transporta la muerte.
Y el mundo de hoy solo era posible en las películas de Mad Max.
El color del semáforo quincenal nos dice poco a pesar de sus cifras.
La muerte parece ser una costumbre provocada por la frecuencia con la que se hace presente.
Y cada noche damos un salto al aire para ascender a la profundidad de los sueños para olvidar que, lo que vivimos día a día no es una pesadilla, es real y no parece querer dejarnos volver a soñar.
Cumplimos un año en abstinencia del calor humano y los efectos empiezan a surgir: depresión, ansiedad, adicciones y violencia en aumento
Un año de vivir 24/7 en casa aprendiendo de la convivencia familiar sin receso. Un año que vaciamos oficinas, dejamos las calles, dejamos de frecuentar los cines, los teatros y las galerías.
Un año en que la vida se transformó y continua en ello y en el que dejamos de distinguir los días del calendario y las estaciones del año cuando podíamos salir más allá del patio de la casa.
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