Un entorno tóxico

En los últimos doscientos años el mundo ha sido testigo de un avance tecnológico que se ha dado a una escala y a una velocidad sin precedentes. Por mencionar algunos de estos avances, los últimos dos siglos nos han traído: la máquina de vapor -protagonista de la Revolución Industrial-, la electricidad, los materiales sintéticos, las telecomunicaciones, las computadoras digitales, las modernas técnicas para el tratamiento y diagnóstico de enfermedades y, por supuesto, la red Internet. Y en todo esto, el conocimiento científico ha jugado el papel central.    

En efecto, como sabemos, el método científico -que tal como lo conocemos tuvo sus orígenes en la Europa de los siglos XVI y XVII- ha permitido el desarrollo de tecnologías altamente sofisticadas a través de estrategias que involucran una cierta teoría científica y que van más allá de un simple procedimiento de prueba y error. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, el conocimiento teórico que habían alcanzado los científicos sobre física atómica y nuclear fueron centrales para el desarrollo de la energía nuclear y la bomba atómica -con la que trágicamente finalizó en 1945 la guerra entre Japón y los Estados Unidos. 

Si bien los esfuerzos dirigidos de científicos y tecnólogos pueden dar origen a tecnologías de gran sofisticación, el desarrollo de la ciencia básica en la que se apoyan dichas tecnologías requiere -por necesidad- que los científicos involucrados gocen de libertad para investigar y publicar los resultados de su trabajo, así como para criticar -positiva o negativamente- el trabajo de sus colegas. De no ser así se interfiere con el desarrollo de la ciencia que requiere de una discusión abierta de ideas y resultados científicos. La libertad de investigación es de este modo una premisa básica para la actividad de profesores y personal académico de las llamadas universidades de investigación, uno de cuyos objetivos es hacer avanzar el estado del conocimiento. 

En estas condiciones, resulta sorprendente enterarnos esta semana por la prensa que dos profesores de la Universidad Emory en Atlanta, Georgia, fueron dados de baja de sus puestos de trabajo por mantener relaciones de investigación con colegas en China. Dichos profesores responden a los nombres de Li Xiao-Jiang y Li Shiua, están casados y son de origen chino, aunque ciudadanos norteamericanos.   

Los esposos Li son especialistas en genética, particularmente en el desarrollo de técnicas de edición de genes para el tratamiento de la enfermedad de Huntington. Habían estado trabajando en Emory por más de dos décadas apoyados por subvenciones de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos. Su dimisión fue motivada por, supuestamente, no haber informado que sus investigaciones habían sido también apoyadas por agencias del gobierno de China y que en las mismas habían participado instituciones académicas de ese país. 

La separación de los esposos Li de la Universidad Emory les fue anunciada el 16 de mayo pasado mientras Xiao-Jiang estaba de viaje en China. Tras esto, les fue cerrado su laboratorio y la información acerca del mismo fue retirada del sitio de Internet de la universidad. Igualmente, a los cuatro investigadores postdoctorales de origen chino que trabajaban en dicho laboratorio les fue ordenado abandonar el país en 30 días -tal parece, sin embargo, que uno de ellos cuenta con un permiso “Green Card” para trabajar en los Estados Unidos.  

En su defensa, los esposos Li alegan que no se les dio oportunidad de defenderse de la acusación que según ellos resulta infundada, pues habían proporcionado información a la Universidad Emory sobre sus conexiones de trabajo cuando les fue solicitada. De hecho, en un artículo que publicaron sobre su trabajo en marzo de 2018 en la revista “Cell”, declaran su adscripción, tanto a la Universidad Emory, como a la Universidad Jinan en China. Consignan, así mismo, que su trabajo estuvo apoyado por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos y por varias agencias chinas.  Es interesante mencionar también que en un blog publicado en 2017, Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud, resalta el trabajo de edición de genes realizado por los esposos Li en su búsqueda de un tratamiento para la enfermedad de Huntington.

De acuerdo con información publicada esta semana en la revista “Science”, la dimisión de los esposos Li es parte de una cruzada emprendida por los Institutos Nacionales de Salud en respuesta a la preocupación del gobierno estadounidense por la posibilidad de que algunos países extranjeros, particularmente China, se estén aprovechando de manera injusta de las investigaciones apoyadas con fondos federales.

Pareciera así que el episodio de los esposos Li podría inscribirse en el contexto más amplio de la ofensiva de los Estados Unidos en contra de China, la cual incluye la imposición de aranceles a las importaciones provenientes de ese país y acciones en contra de la compañía Huawei, la cual se aduce es una amenaza para la seguridad nacional.

En un contexto de disputas comerciales y de seguridad nacional, pareciera que en este caso la ciencia de la genética resulta una víctima de su propio éxito. Es decir, en la medida en que es capaz de aportar soluciones a problemas de gran interés práctico -al igual que muchas otras ramas de la ciencia-, enfrenta un entorno tóxico de intereses comerciales y nacionales, lejos del ambiente de libre investigación y difusión de resultados al que aspira como ciencia.