Viajes sin retorno

Como sabemos, a mediados del siglo XIX una plaga afectó severamente a los cultivos de papa en Irlanda con consecuencias devastadoras para la población campesina que dependía de manera fundamental de dicho cultivo para su subsistencia. Como resultado, entre 1841 y 1851 murieron alrededor de un millón de irlandeses y otro millón emigró en busca de mejores condiciones de vida, disminuyendo en un 25% la población de la isla.

Algunos irlandeses –que ciertamente no se encontraban entre los más pobres– pudieron comprarse un pasaje por barco y emigraron a lugares lejanos como Australia o los Estados Unidos. No tenían, por otro lado, demasiadas esperanzas de poder algún día regresar a Irlanda y se despedían de su tierra para siempre. Un pequeño puente de piedra en el condado de Donegal en el noroeste de Irlanda, llamado el Puente de lágrimas, lo evidencia.

Dicho puente –que puede uno visitar por medio de Google Maps– constituía el punto hasta donde llegaban parientes y amigos de aquellos emigrantes de la localidad que se dirigían al puerto de Derry para embarcarse hacia su lugar de destino. El estado de ánimo de unos y otros está reflejado en una piedra colocada junto al puente que muestra una leyenda en irlandés que traducida dice: “La familia y los amigos del viajero que se dirige hacia tierras lejanas llegaban hasta aquí. Aquí se daba la separación. Este es el Puente de lágrimas”.

La emigración de personas hacia países extraños en busca de una mejor vida no es, por supuesto, algo del pasado. Por el contrario, y como bien nos consta, es desafortunadamente un fenómeno de gran actualidad. Aun así, los medios de transporte modernos han achicado el planeta y con esto han atenuado en alguna medida los inevitables puentes de lágrimas.

No sería necesariamente el caso, sin embargo, si en un futuro hipotético los emigrantes emprendieran un viaje a un destino fuera del planeta Tierra, como discuten Frédéric Marin y Camille Beluffi, de la Université de Strasbourg y de la compañía Casca4de, en forma respectiva, en un artículo sometido esta semana a la base de datos arXiv.org alojado por la Cornell University.

En su artículo, Marin y Bellufi discuten detalles de un hipotético viaje al exoplaneta Próxima Centauri b descubierto en 2016. Dicho planeta orbita alrededor de Próxima Centauri, la estrella más cercana al Sol, que se encuentra a una distancia de 4.2 años luz de la Tierra.

Los especialistas han reunido una buena cantidad de información con respecto a Próxima Centauri b. Saben, por ejemplo, que es un planeta rocoso con un tamaño muy parecido al de la Tierra y que completa una órbita alrededor de su estrella en 11.2 días. Saben también que la temperatura del planeta haría posible la existencia de agua líquida en su superficie. Próxima Centauri tiene entonces condiciones de habitabilidad, lo que, de acuerdo con Marin y Bellufi, lo hace un candidato atractivo para una futura misión tripulada.

Por la lejanía de Próxima Centauri, sin embargo, no sería una misión que pudiera llevar a cabo una sola generación de viajeros. En efecto, Próxima Centauri está a una distancia tal que a la luz le toma 4.2 años alcanzarla y puesto que no es posible acelerar un vehículo hasta esa velocidad, el tempo que tomaría el viaje sería necesariamente mayor.

Por ejemplo, a la nave Apolo que llegó a la Luna le tomaría más de 100,000 años. Hoy en día hay naves espaciales más rápidas, pero aun a una velocidad de 700,000 kilómetros por hora, que es la mayor alcanzada hasta la fecha, el viaje tomaría 6,300 años y por necesidad tendría que ser multi-generacional.

En este contexto, y con el objeto de estudiar la evolución del número de miembros de la tripulación a lo largo del viaje a Próxima Centauri y determinar las probabilidades de alcanzar éxito, Marin y Bellufi simularon por medio de una computadora dicha evolución bajo diferentes condiciones.

Entre estas condiciones consideraron, el tamaño de la tripulación inicial y las restricciones de apareamiento entre miembros emparentados para evitar la endogamia y preservar la diversidad genética.

Marin y Bellufi encuentran que con una tripulación inicial de 25 hombres y 25 mujeres y restringiendo de manera total la endogamia, hay un 50% de probabilidades de que la tripulación se extinga en algún momento durante el viaje. Para asegurar que esto no suceda, encontraron que es necesaria una población inicial mínima de 49 hombres y 49 mujeres.

Ciertamente, no se prevé una misión tripulada a Próxima Centauri en un futuro ni cercano ni lejano y en ese sentido la investigación de Marin y Bellufi tiene poca utilidad práctica en lo inmediato. De hecho, en cierto modo se acerca a la ciencia ficción. Pone en perspectiva, sin embargo, los problemas que enfrentarían nuestros descendientes para preservar una tripulación genéticamente saludable en un viaje interestelar de colonización, los cuales son cualitativamente diferentes de aquellos que encontraron los colonizadores y emigrantes del pasado.

Hay algunos puntos de contacto, no obstante. Así, al igual que los emigrantes irlandeses del siglo XIX, la primera tripulación de un viaje interestelar tendría que pasar por su propio puente de lágrimas. Aunque posiblemente con motivaciones diferentes.