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ELIA

cale agundis

Por Redacción

Mayo 11, 2024 03:00 a.m.

A

MI ÚNICA REINA. La mañana tibia me hizo voltear… mi primera reacción fue al ver entre nubes, su carita de admiración, sus ojos cristalinos llenos de sentimientos… de esos que llaman amor.  Quise acariciarla con mis manos torpes, pequeñas, pero no pude. Llevó mis manos hacia sus labios para besármelas por primera vez… ¡Ángel mío! Me dijo. ¡Es mamá! Esa mujer noble, fuerte, con olor a Dios, a fe, a rosas de castilla. Me lo habían advertido en el cielo: ¡Es hermosa! Cuida de ella. Cierro mis ojos y veo su rostro. Recuerdo cuando me arrullaba. Siempre con una sonrisa, como manantial inagotable de agua. Vuelvo a la realidad tranquila y perene, lentamente escucho su risa, instante por instante. Aprieto los labios para no llorar… ¿Tanto, tanto amor hay en mi pecho? Pues claro, ella valientemente me ha amado, defendido, protegido, apoyado desde que existo y ha creído en mí.  No importa si no tengo razón… estará para mí. Me ha consolado y limpiado mis lágrimas, me ha curado el raspón de mi rodilla, me ha preparado mis galletas favoritas, ¡El cielo tenía razón! Eres tan hermosa, aún ahora con los años, tus pupilas brillan como nunca, las canas de tu cabello denotan la madurez y la sapiencia que ya quisieran tener Sócrates, Platón, Pitágoras… Hoy por hoy, te llevo de la mano orgullosa… ¿Sabes? Le presumo al universo que aún me honras con tu presencia. Bendigo el tiempo y el espacio que nos juntó en esta vida y agradezco la gran experiencia que he vivido a tu lado, el gran honor de tenerte, la trémula sensación que brinca hasta los cometas cuando sonreímos juntos. No sé si lo sepas, pero nuestra historia de amor, ha quedado escrita en las estrellas. Mi primer gran amor, mi inmenso amor… levanto la cara al cielo para agradecer tu alma buena, siempre, a lado de la mía.