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Dios nos devuelve la alegría del contacto

Por Redacción

Febrero 14, 2021 03:00 a.m.

PBRO. LIC. SALVADOR 

GONZÁLEZ VÁSQUEZ

Hay enfermedades que te impiden tocar a los que quieres.

Pero bien sabemos, que el contacto nos hace sentir amados; porque así, tenemos la certeza de que no estamos solos.

En tiempos de Jesús, también existían enfermedades que obligaban al aislamiento, y estaba prohibido tocar al enfermo, y dejarse tocar por él; en esa época, los leprosos tenían que apartarse de la gente, y así, condenarse a vivir en soledad. 

Pero el tacto, es un gesto saludable; porque es una buena manera de entrar en comunión con la persona. 

Por medio del tacto, es como podemos hacer que el otro se sienta amado. Ya que el amor, es la mejor medicina del alma.

Y hoy, el Evangelio nos presenta a un enfermo de lepra, que rompe con la norma, y se acerca a Jesús; ya que tiene la certeza, de que el Señor lo sanará.

Y así lo narra el Evangelio: “En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: Si tú quieres, puedes curarme. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, LO TOCÓ, y le dijo: ¡Sí quiero! ¡Sana! Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio”.( Mc.1). 

Cristo, con una sola orden, puede hacer que sanemos, pero Él quiere tocarnos; porque no es suficiente la palabra, si no va acompañada del tacto. Y es así, como Jesús rompe con la norma, y se atreve a tocar al enfermo. 

Y cuando el Señor nos toca, nos sentimos amados. Y al sentirnos amados, entra en nosotros una fuerza curativa que nos devuelve la salud. 

Ya que no hay mejor medicina que el amor. Por eso, cuando el enfermo se siente amado, es más fácil que recupere su salud.

Entrar en contacto con el otro, es sanador. Porque ese gesto, nos hace sentir el amor. Y el tacto, tiene un poder curativo.

Y cuando somos tocados por Dios, recuperamos la vida.

Pidamos a Dios, que pronto podamos entrar en contacto. Porque solo así, podremos comunicar, lo que no se puede transmitir con palabras.

Y que nunca falte la mejor medicina: el amor de nuestro Padre Dios.