Doña galla (Parte 1)
Doña galla estaba molesta. El Búho de la botica le había dicho que era un gallina, y no una galla. Pero ella se sentía así: emplumada, empoderada, diestra, llena de prepotencia y hasta, había estado buscando unas navajas filosas para sus patas. El Coconut, el guajolote de la granja que era el aguacil, en varias ocasiones había separado a doña galla de otros ejemplares de la granja, por el mismo tema de que ella se sentía un gallo de pelea. En cierta ocasión, le aventó sus patas a la cara de Corco el pato, como si en verdad, trajera las navajas en sus patas. Y es que el palmípedo amigo; osó, así con todas sus letras, osó decirle a Doña Bernarda (que era el veredero nombre de la galla) que era una gallina que solo servía para poner los huevos de la canasta básica. Bernarda, ósea, doña Galla, le esponjaban las plumas saber, pensar, que los animales de la granja la hacían menos, la minimizaban solo por ser una polla más. Osada y valiente, la gallina de huevo “colorao” cambió un día su mente y se transformó en una hembra gallus, gallus, que, aunque domesticus, nada dejadus por el sexus opuestus. Y, es más, una mañana de fría granja la gallina había llegado hasta los cabildos de granja canaria, a “exigir” la presidencia del corral. Y habló del aborto, dijo al alcalde Nefisto (un tlacuache) que no era necesaria tanta ponedera de huevos… que solo servía para traer pollos inocentes al mundo que acabarían en un combo con ensalada de col para el Kentucky Fried Chicken. Habló del acoso sexual… simplemente era horrible que, a todas las ponedoras, le echaran diferentes gallos sementales, cruelmente, todas las madrugadas.