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Abuelos del mundo

Por Marta Ocaña

Enero 20, 2021 03:00 a.m.

Vamos deslizándonos, procurando no salpicar o pisar en falso. Nos movemos en una cautela que apremia el corazón y las entrañas. Procuramos mantenernos no tan solo a salvo. Pero sí con vida.

Vivimos una de esas ocasiones especiales en las que toda la humanidad experimenta realidades similares; desplazados, magnates, rock-stars, clero, nobles y siervos nos debatimos día a día en la lucha contra el contagio. Y en medio de un caos silencioso, entre lágrimas y despedidas la vida se renueva y se manifiesta diariamente con la salida del sol, el canto de las aves, las flores y la llegada de los recién nacidos.

Me acabo de convertir en abuela de una criaturita que bien pudiera seguir plácidamente en el vientre de su madre pero que se ha aventurado a esto de la vida en común dejando la deliciosa simbiosis de sus últimos nueve meses, en el limbo de una memoria que aún no se construye. Este evento marca mi vida como la de cada uno de los abuelos que se inician en esta bella tarea de acompañar a nuestros hijos en sus primeras lecciones de paternidad. Una circunstancia que deslumbra, fascina y encanta a toda persona que lo vive.

Muchos se cuestionan si es o no momento de traer a un pequeño al mundo. Muchos no lo cuestionan. Muchos llegan hasta aquí confiando en la naturaleza humana y en algún poder universal que mantiene los planetas en un sereno equilibrio, sin amenaza evidente de que algún día colapsen, se vengan abajo o bien se extingan. 

Me gusta imaginar que la vida y nosotros habitando este mundo, somos parte de ese gran orden universal del que participamos como naturales de este planeta. Me gusta creer que encontraremos, después de esta avalancha invisible, un orden que nos permitirá reconstruirnos, reinventarnos y renovarnos sin necesidad de llegar al colapso o al exterminio.

Es cierto que hay una fuerte tendencia que envilece a algunos y que los lleva a acciones realmente impensables: racionar la vacunación, impedir el abasto de medicamentos contra el cáncer especialmente el que padecen los niños, terminar con las instituciones que nos permiten vivir en algo muy cercano a la democracia, convertir los programas sociales en moneda de cambio en tiempos electorales y un largo etcétera que se revela en los encabezados matutinos de redes y medios. 

Sin embargo, todo ello nos ha llevado a tocar fondo y reconsiderar nuestra participación como ciudadanos. Hemos tenido que llegar a perder esa frágil seguridad que nos dan instituciones como el INAI o la CNDH, para darnos cuenta de que son una de nuestras fortalezas para la democracia. 

No esperemos a ser abuelos de un país que parece desmoronarse cada mañana. No esperemos a experimentar en carne propia lo que el sur del continente vive cada día. Tomemos la oportunidad para hacer valer una voz que se una para fortalecer no solo el futuro de nuestros nietos sino el presente de quienes ya somos abuelos. Busquemos las vías para llevar a cabo propuestas que sostengan esta república, que no llegó a este momento por arte de magia, sino con el esfuerzo de muchos nobles y visionarios mexicanos. Hagámoslo en memoria de todos los que han fallecido por causa de la pandemia, por quienes lloran la ausencia de sus seres queridos, por los niños que quedan sin alguno de sus padres, por quienes sufren la pena de un amigo o familiar desparecido, por aquellos que no conocerán a sus abuelos y por los millones de niños y pacientes de cáncer y otras enfermedades que sufren el desabasto y la entrega de sus medicamentos.

Volvamos a reconstruir nuestro mundo para que los niños puedan llegar a él sin los temores ni cuestionamientos que a muchos aquejan. Cuidemos el planeta, el mundo y nuestra comunidad como si fueran hijos de nuestros hijos.