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Adiós, Indiana

Por Yolanda Camacho Zapata

Julio 04, 2023 03:00 a.m.

A

Ayer le dije adiós a uno de mis personajes favoritos, Indiana Jones. Como buena hija de la década de los setenta, mi infancia estuvo marcada por este personaje legendario: culto, desparpajado, con un humor color negro profundo, profesor universitario, aventurero empedernido. 

Me gustaba el hecho de que Indiana Jones no tenía una identidad secreta que proteger: él era quien era. Indy no tenía ningún super poder y las golpizas en las que se metía no lo dejaban bien librado: el tipo frecuentemente aparecía moretoneado, raspado, adolorido. Indiana era demasiado humano: tenía vicios (el whisky), defectos (mujeriego) y era engañado como cualquiera de nosotros. El personaje no era una blanca paloma, pero aún así, se guiaba por un compás moral sólido: ahí estaba su padre, sus amigos, su país. Ellos eran su brújula. Tenía lealtades inquebrantables. 

Contaba una ética de trabajo cercana a todos, esa que no está escrita en piedra y aun así, cuenta con parámetros fijos. Podía aventar al precipicio a sus perseguidores, pero los objetos recuperados no eran para comerciar con ellos, los museos eran a donde pertenecían y ahí debían estar. Por supuesto que de niña no me daba cuenta de que, si tanto le importaban, los hubiera sí, dejado en museos, pero en el país donde pertenecían y no llevárselos a Estados Unidos, pero bueno… no hay historia perfecta. 

Con todo y eso, la saga abrió para muchos de nosotros, los niños y niñas de aquél entonces, la posibilidad de ver la ciencia y específicamente a las Ciencias Sociales, como una opción profesional que podía combinar el escritorio con la acción. Indiana nos enseñó que ser nerd puede ser emocionante, divertido, hasta sexy. Claramente habrá quien cuestione el hecho de que un personaje de ficción controvertido pueda ser modelo que cualquier cosa, pero no podemos evitar reflexionar que en la infancia, los personajes ficticios recrean la imaginación, producen empatía, proveen modelos, ayudan a que adaptemos comportamientos, plantean problemas morales a los cuales no nos hemos enfrentado pero que sí nos hacen cuestionarnos qué haríamos de enfrentarlos; es decir, nos obligan a reflexionar sobre escenarios posibles. 

Seguir la saga de Indiana Jones fue imaginar un encuentro con la Historia fuera de la escuela, explorar sus objetos y a sus documentos. Conocer que había lenguajes encriptados, archivos escondidos, secretos ocultos. Con el tiempo me di cuenta de que, en gran medida, el Doctor Henry Jones II, no me había mentido: cada visita al Archivo General de la Nación, cada lectura de legajos, cada narrativa que se iba formando desde el pasado, era tan emocionante como en las películas. Claro, no había que comer sesos de mono, ni nadie me perseguía para matarme, pero ahí estaba el glorioso pasado, intocado, puro, listo para ser descubierto, investigado, escrito, difundido.

Vi cada película y he de confesar que la que menos me gustó, fue la cuarta. El guion de La Clavera de Cristal no me convenció y todavía así, acepté que había un final feliz para Indiana y me alegré con ello. Por lo que he leído, a Harrison Ford tampoco le convenció mucho, y aquí está una quinta entrega que parece mucho más digna. Indiana envejece, el tiempo le pasa factura. Jones se da cuenta de que podremos ser tocados por la Historia (así, en mayúscula), pero que la pequeña historia, la de nosotros, nuestros amigos y nuestra familia es la que nos acompaña siempre. A esa, a la historia con minúscula, no hay que salvarla: ella es la nos salva. 

Me da gusto poder decir adiós a uno de mis personajes entrañables y ver que siempre vale más una despedida a tiempo que andar por la vida generando lástimas queriendo perpetuar ciclos. Indiana Jones se va con dignidad y a los niños y niñas que fuimos siempre nos acompañará con el sobrero bien puesto. Adiós, Indiana y desde la niña que fui y la adulta que soy, gracias.