Aviones y política

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“Viajar en avión nos 

recuerda quiénes somos”. 

Don DeLillo

Jeanine Áñez, la presidenta de Bolivia, tomó un vuelo comercial el 23 de diciembre de La Paz a Santa Cruz. Buscaba así marcar una distancia con su predecesor, Evo Morales, quien utilizaba el avión presidencial, un Falcon 900 EX Easy, incluso para distancias muy cortas. 

Evo difícilmente se sentiría aludido. En 2015 declaró al periodista español Jordi Évole, precisamente en un vuelo La Paz-Santa Cruz: “Para mí el avión es ya un instrumento de trabajo. Para mí ya no es un lujo el avión”. Antes de comprar la aeronave, otros, como “Fidel, Chávez, Lula y Argentina”, le prestaban aviones y helicópteros. 

La presidenta Áñez explicó al abordar ese día que hacía el vuelo en un avión comercial porque su viaje era personal, para pasar Navidad con su madre y hermanos, y no oficial. Los pasajeros le aplaudieron. 

Viajar en vuelo comercial aumenta la popularidad de un gobernante porque lo hace parecer humilde. Por Andrés Manuel López Obrador prometió en campaña que dejaría de usar el avión presidencial, el TP-01, un Boeing 787-8 Dreamliner. “Ya compraron un avión presidencial de lujo -decían sus anuncios--. No lo tiene ni Obama”. 

La verdad es que la Presidencia de Estados Unidos tiene no uno sino dos aviones bastante mayores, 747s, mucho más equipados que el TP-01 mexicano. No hubo, por supuesto, ningún interés ni de Obama ni de Donald Trump por adquirir el 787 mexicano. Aun así, López Obrador no quiso usar el avión y lo envió a un hangar en Estados Unidos mientras encontraba comprador. En varias ocasiones dijo que estaba a punto de venderlo, que las Naciones Unidas estaban ayudando o que ya había un cliente listo, aunque siempre hubo dudas porque el avión es arrendado. 

En cuanto al ahorro prometido, nada. La operación del avión, según ha publicado Reforma, costaba 17 millones de pesos anuales, pero mantenerlo parado requiere de 16 millones. A esto hay que sumar los costos de los vuelos comerciales del presidente, sus avanzadas y comitivas, que no se han dado a conocer. El gobierno, por otra parte, ha tenido que recurrir a otros aviones para propósitos como traer la mitad de los restos de José José desde Estados Unidos o a Evo Morales desde Bolivia. También hay un riesgo adicional para los pasajeros que se ven obligados a compartir vuelos con él. 

El propio presidente no parece estar muy bien informado del tema técnico. El 3 de enero dijo que el 787 fue un fraude ya que solo puede “volar distancias largas”. Habrá que suponer que se lo dijo el mismo asesor que afirmó que los aviones se repelen. El 787-8, el modelo más barato del Dreamliner, el cual se arrendó para el TP-01, tiene efectivamente un alcance de entre 14,200 y 15,200 kilómetros, lo cual le permite competir con aviones grandes de cuatro motores, como el 747 o el Airbus 380, pese a tener solo dos reactores y generar un importante ahorro de combustible. Como es relativamente pequeño, y muy eficiente, el 787 se utiliza con frecuencia para trayectos cortos. 

Entiendo que López Obrador quiera seguir usando vuelos comerciales por razones políticas, pero esto lo coloca fuera de contacto en momentos importantes, como la batalla de Culiacán del 19 de octubre, y le impide realizar juntas de trabajo en el avión como los presidentes anteriores. 

Quizá López Obrador debería prestarle atención a Evo cuando decía que el avión no era un lujo sino un instrumento de trabajo. O quizá pueda pedirle prestado uno a Nicolás Maduro. 

Asesinato

El régimen de Irán es abominable, pero la decisión de Trump de asesinar al general iraní Qassem Suleimani y a otras personas en un tercer país, Iraq, por sus supuestos planes futuros es una violación al derecho internacional. Por lo pronto ya perdió un aliado, Iraq, pero además aumentó las posibilidades de ataques terroristas. 

Twitter: @SergioSarmiento