Caso Colosio, inquisición y memoria

¿Quién mandó matar a Luis Donaldo Colosio? Esa pregunta ha estado en la rumorología nacional desde hace 25 años. Tal vez nunca sabremos toda la verdad de ese trágico acontecimiento, suscitado el 23 de marzo de 1994, pero cada vez queda más claro que la verdad legal que nos recetó el Estado mexicano es tan inverosímil que nadie, en su sano juicio, la podría tener, sin más, como caso juzgado. Antes bien, con motivo del aniversario luctuoso, la polémica se reaviva y hasta una serie televisiva se hace presente para entretenimiento del respetable.

El escritor Leonardo Sciascia, en su libro “El teatro de la memoria”, se refiere a las relaciones entre lo inquisitivo y lo memorioso, a partir de un caso judicial de los años veinte del siglo pasado en Italia, conocido como “Bruneri-Canella”, consistente en la controversia generada por la identificación de un sujeto declarado como enfermo mental pero acusado de cometer numerosos ilícitos con alevosía y ventaja, dando pie a la disputa de dos familias que alegaban “la propiedad” del mismo en tanto que persona distinta, pero de rasgos físicos idénticos.

Sciascia va relatando los entretelones del juicio y cómo se va configurando un entramado de medias verdades, equívocos y falsedades alrededor del asunto para favorecer a una de las partes reclamantes, por añadidura, la de mayor poder económico y político. El escritor retoma, como referencia histórica, el caso de Giordano Bruno cuando fue llamado a Venecia en 1591 por un noble destacado para que le enseñara los “secretos de la memoria” y que, ante la incapacidad de aprendizaje suscitado, terminaría siendo acusado de herejía y condenado a la hoguera por la ruda Inquisición.

Guardadas las proporciones, podría plantearse que, alrededor del caso Colosio, también se fue configurando todo un entramado de contradicciones para que la memoria de los hechos, tal y como fueron registrados y percibidos por la mayoría de los ciudadanos, terminara distorsionada para encubrir la “verdad histórica”, abriendo camino para que el veredicto de la “verdad legal” fuera impuesto, inquisitorialmente, con todo el poder político del Estado mexicano. La tesis del “asesino solitario” fue el último capítulo de una serie de actos fallidos para investigar, como era debido, el caso.

Como en el texto de Sciascia, resulta que la identidad de Mario Aburto fue reclamada por diversos interesados y la personalidad del sujeto de marras desdoblada entre varios, pero la identidad del que se asumió como “Caballero Águila” -y dizque decidió asesinar por abstracto mandato místico al entonces candidato presidencial- no podía ser cuestionada, sobre todo porque la justicia del aparato estatal mexicano no puede darse el lujo de admitir errores que conlleven un elevado costo político. Así las cosas, no es de sorprender que, luego de tanto tiempo, familiares del Aburto encarcelado pidan al presidente AMLO que reabra el caso.

Lo que interesa destacar, en último término, es la constante actuación inquisitorial del Estado mexicano para procurar la imposición de “su” verdad de las cosas, tal y como también ha ocurrido con, entre otros, el caso emblemático de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero, apostando a que la desmemoria haga su juego y termine validando sus posicionamientos, así sea que la realidad los desmienta a cada rato. Lo inquisitorial y lo memorioso, entonces, van de la mano en un sistema de poder donde el Estado sigue propiciando impunidad a no pocos de sus representantes más connotados.

¿Quién mandó, pues, matar a Colosio? En la maledicencia pública siempre se ha insinuado que “está pelón saber eso”. El entonces presidente Carlos Salinas de Gortari ha sido, popularmente, señalado con responsabilidad política por el ambiente criminógeno que alentó alrededor del candidato, así como por su indudable influencia en círculos formales e informales del poder económico que abonaron a la desestabilización del país, generando una crisis de variados impactos. Y, sin embargo, Salinas sigue moviéndose tan campante en el medio político mexicano, tal vez consciente de que el tinglado de la (des)memoria fraguado aún le da cuerda para rato.