Cata histórica de vinos mexicanos

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Con el pretexto de descorchar una botella de la primera añada jamás producida por la vinícola Monte Xanic, Cabernet Sauvignon 1988, ayer realizamos una cata de vinos mexicanos maduros; feliz pretexto que junto a la intención de ampliar nuestro conocimiento y de apreciar mejor la manera en que nuestros vinos envejecen, para de esta manera tener una referencia de su vida en distintas etapas y así conocerlos mejor, se tornó en un homenaje al recordado Hans Backhoff Escudero, fundador y enólogo de esta bodega.

En el primer turno catamos un Emevé Shiraz 2009, 12 meses en barrica mixta, del Valle de Guadalupe, con 10 años que en un principio parecían haber sido demasiados para este vino premiado con Oro en el Concurso Internacional de Vinos auspiciado por la Universidad de Baja California; sin embargo, según fue tomando aire en la copa, el tinto fue abriendo y terminó por ser una más que grata experiencia, con mucha personalidad varietal y con identidad ensenadense, una muy buena botella, sin duda.

En segundo lugar, gracias a Mauricio Chéquer de Magna Selections, quien nos compartió esta botella, servimos el Rosso de Montefiori 2008 de Paolo Paolini, compuesto por la variedad montepulciano, también con una muy precisa definición de esta variedad de la Italia central. El vino mostró gran estructura, fruta roja muy fresca y viva, balance. Mauricio nos comentó que cuando Paolo le firmó la botella (en 2012 según la misma rúbrica) le recomendó que la descorchara hacia el 2022. No se equivocó. La botella hubiera llegado en plena forma a ese año.

Probamos luego un Adobe Guadalupe Serafiel 2007, con el mismo tiempo, procedencia y conjugación de barricas que el Emevé, pero compuesto por cabernet, syrah y mourvedre. Esta botella la traje yo directo de la bodega hace unos años y estaba en óptimas condiciones: expresiva, elegante, equilibrada… Sigo pensando que estos vinos de Adobe Guadalupe son un muy buen ejemplo de los aciertos de los bodegueros valleguadalupanos.

En seguida degustamos un Roganto Reserva Especial, también 2007, 100% cabernet sauvignon del Valle de San Jacinto y 24 meses de barrica mixta. Este vino se expresó muy bien desde el principio, siendo el más potente, lleno de fruta madura y con un gran cuerpo: fue uno de los preferidos por los catadores durante la noche.

El Chateau Camou Gran Vino Tinto 2004, típico ensamble bordelés, 18 meses de barrica nueva y del Valle de Guadalupe resultó un vino muy serio, que fue cogiendo su nivel con el tiempo en copa, pero es un vino polémico: nadie puede negar su gran calidad, pero en una cata a ciegas muy probablemente podríamos confundirlo con un burdeos francés, es decir, extraña un poco la identidad, el terruño mexicano.

Finalmente llegamos al Monte Xanic Cabernet Sauvignon 1988: una botella histórica, todo un símbolo del inicio de la revolución cualitativa del vino mexicano en los años ochenta, una herencia de don Hans, indiscutible protagonista de esta revolución. Una de las razones por las cuales me apasiona tanto el vino es que por medio de él los seres humanos pueden alcanzar la trascendencia: al descorchar esta botella y beberla, entramos en contacto con el legado vivo de un hombre que ya no está entre nosotros, es casi como conocer a un hijo suyo, parte de su alma, de su corazón y de su talento estaban contenidos en ella. El vino fue maravilloso, aún con fruta, muy, muy complejo, fresco, equilibrado, con un largo final y esa solera que sólo la edad puede dar.

Lo mejor de todo fue la conclusión de este ejercicio: el vino mexicano que está hecho con los elementos necesarios aguanta el paso del tiempo. A sus 10, 12, 15 años las botellas estaban mejor que nunca, a más de 30 años, esa pieza que más de alguno hubiera querido ver en un museo, pero que era historia viva, habló poéticamente de un hombre, de una tierra y sobre todo de una esperanza, de un futuro: el vino mexicano envejece espléndidamente bien.

@aloria23

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