Corazón del Potosí
El portal electrónico de Gobierno del estado de San Luis Potosí precisó un Informe de Gobierno, el tercero de la administración de Ricardo Gallardo, que tendría como respaldo un documento "muy completo y con resultados en favor de las cuatro regiones del Estado, en el que hubo un equitativo trabajo para todos los municipios destacando la infraestructura." Matehuala, antigua voz guachichila que el invasor español supo interpretar como la agreste advertencia: "¡no vengas!".
La misma fuente adelantaba que en el informe se haría énfasis en "las obras construidas durante un año como los puentes de Prados Calle 71, Quintas de la Hacienda y 12 carreteras en las cuatro regiones del Estado que hoy reducen tiempos de traslado y garantizan la seguridad de las familias potosinas, además de los programas y acciones que brindan mayor bienestar." Y, en efecto, no hubo más.
El evento, una demostración de acarreo masivo, que en nada se asemejó a un verdadero ejercicio de información del estado de la administración pública estatal y de rendimiento de cuentas, tuvo más semejanza con un espectáculo de luces y sonidos, en el que el elemento central fue la proyección de un audiovisual que tenía como única finalidad el culto y la pleitesía a la megalómana personalidad del gobernador. Indiscutible estrella de la noche.
Luces de tapanco grupero (como obliga la liturgia vigente), desmedida gritería y atronadores aplausos respaldaron el discurso oficial y sirvieron de entrada y fondo a la presentación en sociedad de la primera familia del estado. A nada de que los escenógrafos los hicieran emerger de un enorme pastel coronado por luces de bengala; escenografía perfecta para un proyecto transexenal.
Alegoría de poder y vasallaje. Nada engolosina y ensoberbece más al gobernante que la adulación sin recato. La concurrencia oficialista, invitados les llaman, confirma los más bajos niveles de abyección.
Lenguas aterciopeladas al gusto del poder; la adulación –sin distingo de colores– como rúbrica en el entrelineado del diario de la indignidad: "su gobierno ha sido transformador, sus logros han sido de la mano del pueblo...", resume al borde del llanto que amenaza con empañar sus lentes un reincidente diputado morenista (el mismo que como pajecillo acompañaba a cualquier parte a la agraviada secretaria de su partido).
Su cadenero en San Lázaro no podía decir menos: "muy alto índice de aprobación ciudadana, y como el mejor gobernador calificado del país, lo que es producto de su trabajo y esfuerzo...". La única senadora de oposición, pinnipeda circense amaestrada en el oficio de las palmas, lo mismo aplaude al paso de su benefactor que caravanea al jefe Manuel Velasco. No es momento para recordar el asunto de Marcelino, ni echar en cara el desastre económico en el Poder Judicial.
La mañana siguiente una conductora de televisión lo entrevista en el antiguo real de minas. Palabras sin ápice de rencor por los injustos actos del pasado cometidos contra su inocente persona; mejores monólogos escuchó y mejores entrevistas logró en el pasado la comunicadora. Confidencias con carga al erario.
Al poco una balacera convulsiona el corazón del altiplano; "nada grave" pontifica su secretario general de Gobierno. Y sí, la ciudad siguió existiendo con todo y aquel bombardeo de mentiras.