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Cuando muera

Por Marta Ocaña

Julio 05, 2023 03:00 a.m.

A

“Cuando muera, no manden flores. 

Mejor croquetas para los perros sin dueño”

De mi amiga Nelly

La muerte propia o ajena tiene muchos asegunes, muchas aristas y muchas caras.

Hay a quien le agarra desprevenido y hay quienes la enfrentan tras largos padecimientos; otros se van tan inesperadamente antes que nosotros que nos paralizan, nos destrozan o nos llevan consigo. Hay muchos que se van sin decir ni pío.

La muerte no se define como un final, pero lo es. No es un “ahorita vengo”, pero quisiéramos que eso fuera. Y en definitiva es un episodio contundente que de sopetón, nos planta y nos estremece. 

Y un funeral, tiene un dejo de evento social mal visto por muchos, mas éste además tiene funciones terapéuticas, que muchos confunden con el asistir a una gala o a una presentación de algo o alguien importante y que, al estar presentes, marca cierto estatus. Pero uno no va a los funerales “por cumplir” simplemente. Yo, lo veo como la única forma de acompañar a quienes quedan, de estar con ellos en el silencio o bien en la charla sobre recuerdos y anécdotas, que deja el que se va. Porque, el que ha muerto ha dejado siempre algo digno de volver a citar, algo en el recuerdo de su paso por la vida que nos permite experimentar nuevamente algunos acontecimientos o sucesos de una vida cotidiana que alguna vez fue.

Y sí, quizá el “after” de la misa de difuntos, tiene más apariencia de una tertulia dominguera, pero también es un celebrar la vida de aquél que acaba de mudar su domicilio a otro plano u a otra dimensión. A ese misterioso lugar del que provenimos y al que seguramente regresaremos, sin darnos cuenta de quiénes fuimos o de lo que, desde el momento del deceso, seremos.

Hoy después de despedir a Fede, sentí la tristeza de su sueño infinito. Me calaron las lágrimas de hijos, sobrinos, hermanos y amigos que resentían su no presencia. Y entendí muchas cosas y ninguna, como la amistad, la hermandad, la fragilidad y lo efímero, pero tan valioso que es el vivir, estar y ser parte de una familia y de una comunidad.

Y en medio de ese naufragio en el que se quedan los más cercanos, creo que la presencia de la gente les permite transitar en compañía, durante esas primeras horas y días en las que la ausencia es todavía como un espejismo. Pero que conforme pasa el tiempo se endurece y a la vez también se diluye y evapora las lágrimas.

Hoy despedimos a Fede, y la semana pasada a la mamá de mi amiga Nelly y cada vez, la muerte me enseña diferentes cosas y a la vez, me dice que no hay nada tan cierto como la cita con ella.

De Fede me queda una época de risas y diversión.

De la señora Bárbara me queda su mirada y su cariño

Descansen en paz, Bárbara y Federico.