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De soberbia y sin pies

Por Yolanda Camacho Zapata

Enero 19, 2021 03:00 a.m.

Si hay algo en lo que todas las mitologías y religiones concuerdan, es que la soberbia es mala.  Y se los digo yo, que he tratado de encontrar una pequeña justificacioncita que valide mis propias fallas. No. No he encontrado nada. 

Ahí tenemos a Jesucristo, contando en el evangelio de San Lucas la parábola del fariseo y el publicano, donde al primero se le olvidaba aquello de que alabanza en boca propia es vituperio, y se desvivía por agradecerle al Señor que él no fuera tan inmundo como los demás, cuando en realidad el pobre tipo, no se enteraba de nada.  A esto, acompáñenle unas veinte citas, por lo menos en donde por las buenas y por las malas, el Antiguo y el Nuevo Testamento, reafirman que Dios no favorece a los soberbios.

El Corán anda por las mismas y advierte que no hay que voltearle la cara a la gente ni andar por la tierra con arrogancia, porque Allah no ama a quien es presumido ni engreído; para después rematar que “No entrará en el paraíso quien tenga en su corazón el peso de un átomo de soberbia.” Tómenla. 

Los nórdicos tienen una historia que recapitula una de las tantas batallas entre sus dioses  donde acabaron destruyendo las murallas de Asgard. Cuando hicieron la paz, vieron la urgencia de volver a contar con su muro, pero dada la extensión y la fortaleza que requerían, nadie se animaba a hacer el trabajo; hasta que un gigante se ofreció a realizar la labor en el mínimo tiempo, si a cambio le entregaban a las diosas del sol y la luna y a la mismísima Freya, diosa de la belleza, del amor y la fertilidad. Los dioses se burlaron de su soberbia y aceptaron. El gigante se auxiliaba de su caballo llamado Svadilfari; que era además la más preciada posesión de éste. Así, para que escarmentara, los dioses enviaron a Loki, el dios del engaño; y bueno, se convirtió en yegua para distraer a Svadilfari. Por supuesto, el gigante no concluyó su tarea.

Los dioses griegos fueron más creativos y decidieron divertirse con la soberbia humana incrementándola. Así, crearon la hibris mezclando la proclive naturaleza humana a creer que nada más nuestros chicharrones truenan, combinado con  la completa falta de control a los impulsos propios,  más esa natural intención para querer más de lo que se tiene  o de lo que se es capaz. Entonces, los dioses pusieron a los humanos en situaciones que los hacían creer que eran dioses para después hacerlos fallar estrepitosamente y reírse en su cara. La diosa Hybris era hija de la Obsuridad y la Noche y fue madre del Desdén. Ahí nomás.

Supongamos que las deidades de cualquier naturaleza existen y que dentro de los pocos puntos en que se ponen de acuerdo (y en este punto imagino al Centro de Convenciones del Tangamanga como sede de una divertida Asamblea de Dioses)  es que la soberbia pierde a las personas. Digo, sí está como para hacerles caso ¿o no?   

Supongamos que las deidades no existen y que todas ellas son la creación de la inagotable imaginación humana y la necesidad que tenemos por sabernos protegidos y observados por seres superiores. Imagínense ustedes que todos los autores de mitos y libros ahora sagrados, también se pusieron de acuerdo y han coincidido que la soberbia no ayuda en nada a la frágil  naturaleza humana: ¡Peor tantito! Ni como ayudarnos. 

La soberbia es tan proclive al fracaso como la falsa humildad; esos seres a que los griegos llamaron Pseudologos, creados de la fragua de Hefesto, pero bajo los engaños de Dolos, que era su aprendiz y que quería confundir a su maestro creando un ser como él. Dolos no tuvo tiempo de terminar a sus estatuas y por eso las dejó sin pies, por lo que ahora se arrastran como sombras detrás de Aletheia, la verdad.  

En fin, que en estas épocas mucho se puede aprender de los dioses y los humanos. Cosa de ponerse listo y ver quien coquetea con Hybris y quien anda sin pies.