Doppelgänger
Últimamente disfruto más la soledad. La naturaleza hasta hace poco reconocida que me ha llevado a aceptarme como lo que soy, una introvertida de clóset, ha hecho que los momentos en solitario se vuelvan una especie de paseo por un parque de diversiones abandonado, pero todavía majestuoso. No me preocupa pasear entre ruinas. Me sigue gustando la gente, pero continúo necesitando en medio de reuniones -algunas incluso organizadas por mí- unos cuantos minutos para encerrarme a solas y respirar. Siempre hay a la mano un baño, una cocina, una habitación vacía, una chamarra en el coche que ir a buscar. Luego, regreso al mundo y soy igual de feliz que cuando estoy en solitario, aunque sé que en parte se debe justamente a que acabo de estar conmigo misma y todavía me caí bien.
El último año he ido al supermercado a comprar sola. Comenzó cuando nos dimos cuenta de que soy más fijada en precios y cantidades y, por tanto, conmigo el súper se mantiene a raya, como un león enjaulado, bravo y listo para dar el zarpazo, pero, a fin de cuentas, encarcelado. ¿Quién más se siente lidiando con bestias cuando va al mercado? Quizá cualquier asalariado, peor los emprendedores, sin la certeza de un sueldo. Los que no se fijan cuánto cuestan las cosas, no tienen ni idea de lo que les hablo. Para ellos, las tiendas de comida son cualquiera de dos cosas: o el lugar donde se complacen los antojos, o una tierra molestamente necesaria para visitar si uno quiere tener comida en el refri. El resto, somos los domadores a ras de sueldo.
El otro día sentí una opresión en el pecho. Era como si alguien se hubiera sentado arriba de mí. Tomé mi inhalador, pensando en los inicios de un ataque de asma. Luego me di cuenta de que sentía un hormigueo en las manos que apareció justo cuando pagué y vi que por dos semanas consecutivas, compré lo mismo pero pagué más. Me sentí como si hubiese fallado en expulsar a los estadounidenses de territorio mexicano en 1846. Pensé que aquello era inevitable. Esto también. Aún así, mandé un texto a Marcos, contando mi derrota.
En el súper puedo estar a solas sin que se vea raro. A veces incluso paso antes al área de cafetería y pido un café, una nieve y comienzo mi periplo. Si la cosa está dura y el ánimo necesita elevarse, tomo una lechita con chocolate o un agua de plátano bien fría y me la voy chiquiteando mientras escojo pastas o pregunto al carnicero qué me recomienda. Un buen carnicero jamás recomienda lo caro, sino lo bueno, que no necesariamente va de la mano. Un buen cocinero bien sabe que se pueden hacer maravillas con ingredientes relativamente baratos. La única resurrección en la que creo, es en la de la comida: ahí están las tortillas duras, renacidas en apetitosos chilaquiles.
Un día vi en el super a mi doppelgänger. De niña me decían que había una chica igualita que yo. Me informaron entonces en qué escuela iba y supe que éramos de la misma edad o, por lo menos, del mismo grado escolar. En ese entonces yo era todavía una niña y caminaba junto con mi mamá y mis tías en Blanco, una de esas tiendas que cerró hace años. Recuerdo que por alguna cosa me retrasé y ahí, al final del pasillo, estaba esa niña, parada, sola, viéndome, mientras yo estaba en cuclillas, checando algo en un estante a ras de suelo. Ella se parecía a mí mucho. No éramos idénticas, pero sí hubiésemos pasado por hermanas, incluso gemelas. Las dos nos asustamos. Salimos corriendo en direcciones contrarias. Yo no dije nada a nadie, pero temí encontrármela en las cajas ¿su mamá sería igual a la mía? No volví a verla desde entonces, pero ese día, el de la fallida defensa de los invasores, pensé que sería en buen momento para encontrarla de nuevo ¿se fijará ella en el precio de las cosas? ¿le gustará ir al super sola? ¿le dijo a su mamá que un día nos vimos?
El mejor lugar para encontrar a nuestro doppelgänger es la soledad. Quizá por eso no la volví a ver a ella, a la otra. Tal vez ese día nunca la vi. Tal vez ese día se salió de mi subconsciente por pura curiosidad y decidió que yo la viera. Tal vez busco ir a ese parque abandonado para encontrarme con ella.
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