El caso que ha cimbrado México
Lo ocurrido en el interior del establecimiento Subway cuyas imágenes se replicaron una y otra vez hasta volverse tendencia nacional e incluso en algunos espacios noticiosos a nivel internacional, nos deben dejar muchas reflexiones de ese episodio tan lamentable. Iniciaré con el niño Santiago quien, a sus 15 años de edad, bien puede representar la historia de miles de niños que aún en este país, buscan en el trabajo honrado y el estudio la posibilidad de un mejor futuro para ellos y sus familias.
La historia de Santiago también demuestra que aún con los apoyos sociales que se entregan y tanto se publicitan desde los gobiernos, estos aún resultan insuficientes, pues en un verdadero Estado de Bienestar, las y los niños deberían estar dedicados a sus estudios, en el arte, la ciencia o el deporte, según los sueños que persigan. Por supuesto que todos estamos de acuerdo en que el trabajo dignifica, sin embargo el trabajo infantil, tiene normas específicas que ninguna persona empleadora física y/o moral debería pasar por alto, menos aún las autoridades en materia de Trabajo y Previsión Social.
Niños como Santiago, son empleados en muchas partes del país, en labores que per se los colocan en riesgo, -y no por lo que le ocurrió a Santiago que era absolutamente imprevisible-, sino me refiero a los riesgos laborales ordinarios.
Ahora bien, otra de las reflexiones del caso, es lo increible e inconcebible que resulta observar desde cualquier perspectiva, la artera agresión de la que fue víctima Santiago, mirar las imágenes de como una persona adulta, quien le supera en todos los aspectos físicos, fue capaz de lastimar de esa forma a un niño, con tanto sadismo y violencia, que no deja de ser altamente perturbador.
Decía Ghandi que ningún tipo de violencia puede justificarse, pero si hay una que es intolerable es la que se realiza en agravio de los niños, en el país donde todos los días hay ejecuciones, desapariciones, feminicidios, lo ocurrido en ese establecimiento es fiel reflejo de una podredumbre y descomposición social que se viene presentando en México desde cuando menos los últimos dieciséis años.
La violencia es la expresión más álgida que conlleva a la deshumanización, ¿qué pasa por la mente del agresor al momento en que lastima a un niño indefenso?.
Si el pensamiento es la base de la razón, la violencia extrema, es la imposoción de la razón individual en función de la fuerza, pues supone la imposición del abuso frente al más débil, donde se impone la ley del más fuerte.
Pero en ocasiones, como en el caso de la agresión a Santiago que cimbró México entero, el empleo de la fuerza extrema carece de cualquier tipo de racionalidad, pues hay un vacío donde no hay absolutamente nada que probar, ni que se es más fuerte, ni que se tiene más destreza, ni nada, es el empleo de la violencia por la violencia, el más peligroso de los escenarios humanos, esa a que se refería Ghandi, el de la violencia que no tiene ni un ápice, ni el más mínimo de justificación.
Finalmente, aunque para los involucrados vienen etapas en Tribunales, y es cierto que con tanta exposición pública para ambos su vida ya cambió, hay una parte tan humana de la que emanan sentimientos traducidos en capacidades que subyacen en el interior de toda persona; para la víctima y su familia el difícil paso al perdón, que evite anidar rencor en el corazón de un niño que pronto será un joven y luego un adulto; para el victimario, arrepentimiento absoluto, real y sincero, por supuesto acompañado de justicia, una justicia terapéutica y restaurativa. Para la sociedad y el Estado, la gran interrogante: ¿queremos continuar normalizando la violencia?.
En los hogares, en las calles, en las escuelas, en las fábricas, en todo lugar, la invitación es a construir Escenarios de Paz, donde optemos siempre por la No Violencia.
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