El circo judicial: entre el fraude y la esperanza
A propósito del proceso electoral para elegir jueces, magistrados y ministros, hay algo que debemos asumir con claridad: vayamos o no a votar, el estado de cosas no cambiará. La reforma judicial, desde su origen, está viciada por el capricho de un personaje profundamente ignorante de la normatividad nacional, los tratados internacionales firmados por el Estado mexicano, las recomendaciones de la ONU y los estándares del Sistema Interamericano de Derechos Humanos.
No solo es ilegal. Es profundamente regresiva, inconsulta y técnicamente inviable. Nos coloca al borde del abismo de un Estado fallido y autoritario, donde la división de poderes y la independencia judicial dejan de ser garantías constitucionales para convertirse en obstáculos que deben removerse por capricho presidencial.
Y sin embargo, pese a lo grave, no debemos olvidar algo esencial: muchas —no todas, pero sí muchas— de las personas que aspiran a ser electas son profesionales honestos, con trayectoria, capacidad, méritos y una genuina vocación de servicio. Gente que cree —a pesar de nuestras advertencias— que el proceso puede ser legítimo y que su participación tiene sentido. Lo han escuchado: es un fraude. Pero aún así, se inscribieron. Y no podemos simplemente darles la espalda.
Apoyarlos no significa legitimar el proceso. Apoyarlos es un acto de responsabilidad ética frente a lo inevitable. Ellos y ellas, al confirmar desde dentro la trampa de este montaje electoral, podrán convertirse en los primeros promotores de una verdadera transformación judicial. Nos duela o no, esa será la ruta. Por eso, lo más razonable es acompañarlos. Apoyarlos con inteligencia. Y con el mismo criterio, anular el voto en el caso de candidaturas oficialistas o impresentables.
Como bien dijo el Dr. Miguel Carbonell: se pretende “legalizar mediante el voto lo que es ilegal”. Y en este disparate electoral, se nos exige recordar colores y números en lugar de evaluar perfiles, méritos, independencia y conocimientos jurídicos.
La justicia ha sido reducida a un juego de memorama.
La ciudadanía no está obligada a memorizar datos visuales absurdos. Ante esta imposibilidad, lo que ocurrirá es evidente: se harán listas, se imprimirán acordeones, se circularán recomendaciones. Y en ese contexto, varios candidatos adquirirán compromisos corporativos con sindicatos, partidos políticos o estructuras de poder que esperan cobrar el favor electoral. El oficialismo, por su parte, hará lo que mejor sabe hacer: operar, presionar, condicionar. Hacer su “magia”.
Así se fragua un fraude. No el clásico fraude de boletas robadas o urnas embarazadas, sino uno más sofisticado: un fraude de origen, de diseño, de lógica institucional. Una elección construida no para fortalecer el sistema de justicia, sino para someterlo. No para encontrar a los mejores, sino para premiar lealtades.
Por eso insisto: no se debe hacer vacío a la elección judicial. Se apoye o no la reforma, debemos identificar y respaldar a quienes, a pesar del desastre, conservan su dignidad profesional y su vocación de servicio. Porque hay candidaturas que sí valen la pena. Que sí representan una esperanza —modesta pero real— de resistir desde dentro.
Han trastocado los cimientos de la legalidad. Han convertido la impartición de justicia en espectáculo político. Han obligado a candidatas y candidatos valiosos a competir como si esto fuera una kermés de preparatoria, donde el éxito depende de jingles, colores, números y logotipos, en lugar de evaluaciones académicas, revisiones de sentencias y análisis de trayectoria.
Lo que debería ser una evaluación seria, técnica y transparente ha sido sustituido por una campaña absurda, donde se califica a las y los aspirantes no por su conocimiento del derecho, sino por su capacidad de hacer propaganda. Es una humillación institucional, una burla a la Constitución, y sobre todo, un ataque directo al corazón de la justicia: su independencia.
Y aun así, incluso en este desastre, debemos actuar con conciencia, con estrategia y con dignidad. No se trata de hacernos cómplices, sino de ejercer lo poco que queda de soberanía ciudadana para evitar que lo tomen todo.
Tendremos que votar. Porque si no elegimos los mejores perfiles entre lo posible, otros lo harán por nosotros. Y no lo harán pensando en el bien común, sino en la obediencia.
Nos enfrentamos al dilema de votar en una elección injusta, para evitar un daño mayor. A eso nos orillaron. Y desde ahí debemos responder, no con resignación, sino con lucidez.
Delírium Trémens.- En mis redes, presentaré perfiles que, a mi juicio, cumplen con lo fundamental: independencia, excelencia académica y probada honorabilidad. Personas comprometidas con la defensa de los derechos humanos que merecen nuestro respaldo. No porque creamos en este proceso, sino precisamente porque no creemos en él, y porque es urgente colocar voces críticas, capaces y éticas en los pocos espacios que queden abiertos.
@luisglozano