El legado
La primera ocasión que tuve oportunidad de platicar con Andrés Manuel López Obrador fue en 1995, momentos antes de que iniciara el Primer Congreso Nacional de aquel movimiento social conocido como “El Barzón”. Para entonces, AMLO era ya reconocido ampliamente como líder social indiscutible, luego de encabezar diversas luchas populares en el sureste mexicano, señaladamente con el “Éxodo por la democracia” para protestar contra el fraude comicial en la elección a gobernador de Tabasco en 1991. Recuerdo que AMLO llegó al Palacio de los Deportes (inmueble que después sería demolido) y, en lo que llegaban otros invitados especiales como el escritor Carlos Monsiváis, me acerqué a saludarlo y comentarle que en el resto del país estábamos al tanto de la lucha social que impulsaba en el sureste de México. Me preguntó de qué parte del país procedía y le comenté que de San Luis Potosí, sonrió y me dijo: “la tierra del doctor Nava”. El énfasis y tono con el que contestó no dejaba la menor duda de una actitud sencilla, serena, firme y de inobjetable compromiso con la gente y los liderazgos democráticos.
En 1998, siendo ya dirigente nacional del PRD, AMLO reafirmaría ese compromiso con las causas populares al encabezar la campaña nacional en contra del “Fobaproa”, el tristemente célebre mecanismo impulsado por Ernesto Zedillo para socializar las pérdidas de los banqueros quebrados por el famoso “error de diciembre de 1994”, rescatándolos con un oneroso cargo a las finanzas públicas. Entre paréntesis, se trata del mismo expresidente Zedillo que además privatizó los ferrocarriles nacionales y, sin mayor empacho, apareció luego como miembro del consejo de administración de una de las empresas beneficiadas por esa privatización. El mismo Zedillo que, ahora, sale a decir que la democracia corre peligro en nuestro país, cuando sigue en la memoria su responsabilidad por la terrible masacre de indígenas chiapanecos en 1997 en Acteal, así como la traición al entonces subcomandante Marcos para intentar capturarlo en 1995 después de ofrecer una supuesta disposición al diálogo para lograr la paz en la región.
De la infamia foxista para intentar frenar la candidatura de AMLO a la Presidencia de la República en 2006 se ha escrito mucho, pero baste recordar que en el imaginario colectivo quedó plasmado el agravio a una voluntad popular que, empero, permitió consolidar al pueblo como el vehículo esperanzador para lograr el cambio. Aquí lo hemos comentado, el desafuero de AMLO, en 2005, precipitó que el pueblo agraviado por la ignominia del foxato comprendiera la importancia de reivindicar el pasado y relanzarlo a un futuro cada vez más promisorio y cercano. Es el porvenir de un recuerdo cuando la gente se apodera de él “tal como relumbra en un instante de peligro”, siguiendo lo planteado por Walter Benjamin en su Tesis VI de Filosofía de la Historia. Se tuvo que echar mano de un descomunal y descarado fraude electoral para imponer a Felipe Calderón. Pero el memorial de agravios seguiría acumulando precondiciones para el cambio que, inevitablemente, tendría que llegar más temprano que tarde. El pueblo como actor central, pues, reivindicado por un liderazgo carismático y con visión de Estado que avizora el momento esperado.
El legado de AMLO, esbozado en su mensaje enviado al Congreso Nacional de MORENA, es la posibilidad presente de abrevar en el ejemplo de tenacidad para resistir y luchar por el bien de todos, especialmente de los históricamente olvidados, con sólidos principios éticos y postulados, anteponiendo el interés nacional a los afanes sectarios.