El manual de la 4T en la Casa Blanca
El discurso de la austeridad está de moda entre gobiernos populistas de distintos tipos, desde la 4T y Milei hasta Trump. Pocas consignas dan tan buenos resultados como las “antisistema” y la más común es la idea de que la burocracia gubernamental es un gasto innecesario o una especie de conspiración para desviar dinero público. Es un discurso fácil de colocar: la corrupción es un problema real y la ciudadanía suele enfrentar procesos burocráticos desgastantes e innecesarios. Pero la austeridad no sólo genera más problemas de los que había en un inicio, sino que exhibe una falta de rumbo alarmante, como lo demuestran los casos de Estados Unidos y México. Me explico.
Cuando Trump anunció la creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) encabezado por el hombre más rico del planeta, Elon Musk, dijo que la dependencia se encargaría de cortar costos. El mensaje es que la eficiencia de su gobierno se debe entender como austeridad. Lo señalo porque para determinar la eficiencia de algo se debe precisar muy bien cuáles son los objetivos finales, ya que la eficiencia es la capacidad de lograr el objetivo con la menor cantidad de recursos posible. Cortar recursos de suyo no significa nada —en términos de eficiencia— si el objetivo no es claro. Un carro es eficiente según la distancia que puede recorrer con el menor consumo de combustible posible. Por mucho que le quitemos gasolina no lo haremos más eficiente, el objetivo es llegar a algún lugar y eso requiere combustible, ya sea poco o mucho.
La eficiencia del gobierno no se puede evaluar según qué tan vacío o lleno está el tanque, es decir, para saber qué determina su eficiencia debemos contestar primero para qué sirve el gobierno, cuál es su objetivo. No queda claro de entrada, sólo podemos interpretarlo a partir de las políticas que implementan. En estas primeras semanas de gobierno, el DOGE ha despedido (o anunciado el despido) de decenas de miles de trabajadores del Estado, ha cortado programas y desmantelado servicios públicos —los más notables en salud y educación. Pero estas acciones no son raras para nosotros, López Obrador hizo lo mismo en México, presentó la austeridad como un fin en sí mismo y lo que tenemos ahora son servicios —de salud, educación y seguridad— cada vez más deficientes.
Todavía es pronto para hablar de los resultados de estas medidas en EE. UU., pero en México ya lo vivimos y podemos decir que la austeridad no resuelve problemas, sino que genera carencias. Para muestra, el sexenio de López Obrador. En ese periodo el porcentaje de la población sin acceso a los servicios de salud pasó del 16.2% al 39.1% y más de 1.6 millones de estudiantes abandonaron sus estudios. El discurso de la austeridad sataniza el gasto público como si éste no fuera necesario para cubrir las funciones del gobierno: garantizar servicios, proteger derechos, brindar oportunidades.
Cuando la atención se dirige a la austeridad y no a los objetivos del gobierno, no se puede hablar de eficiencia, sólo de desfalco y eso es lo que estamos viendo. La mano (muy visible) del neoliberal de Musk, quien no pretende aplicar la austeridad en sus negocios, pero sí en el gobierno. Lo suficiente como para que éste no pueda amenazar su riqueza.
Por mucho que la llamen eficiencia, política anticorrupción o transformación, la austeridad en el gobierno significa desmantelar instituciones, cancelar programas, empeorar servicios y, en suma, quitar derechos. Me temo que ni MAGA ni la 4T han determinado un fin último para sus políticas: son el gobierno por el gobierno mismo. En ese escenario la ciudadanía no figura, sólo es relevante en la medida que pueda garantizar que quienes están en el poder permanezcan ahí.
@MartinVivanco
(Abogado y analista político)